1 de marzo de 2009

REUNIÓN DE PADRES



Constanza estaba esperando a Pablo que llegara del estudio para ir juntos a la reunión de padres. Comenzarían las clases en una semana, y el colegio había decidido, evidentemente por alguna razón que obedecería a las negras experiencias acumuladas durante sucesivos ciclos lectivos, reunir a los padres de los niños de primer grado una semana antes que al resto. El colegio que habían elegido para Bartolomé no era tradicional. Tanto Pablo como ella habían asistido a colegios públicos prestigiosos; Pablo al “Colegio”, como gustaba a los ex alumnos del Nacional Buenos Aires convocar a su antigua institución, en un intento elitista de sentirse pertenecientes a un club decimonónico, tal como si se tratara del “Club del Progreso”, y ellos pasaran a adoptar la máscara de Florencio Parraviccini corporizado, cada vez que recordaban sus claustros. Ella, a un Normal de Señoritas, que al final de los 80 era más bien de groseras cultoras de la ignorancia, aunque perduraran sin jubilarse las glorias vetustas que otrora salieran de la Facultad de Filosofía y Letras, recibidas antes de la noche de los bastones largos.
Una vez que la educación pública pasara a ser destruida por las administraciones de los 90, las hermanas Arias decidieron pasar a sus hijos a colegios privados “ progresistas” y naturalmente laicos , con nombres como “ Charlie Chaplin”, “ Ernesto Guevara”, o “ Julio Cortázar”, siendo, naturalmente Carola la que iniciara la ofensiva, en principio por ser mayor que ellas, pero además porque siempre había sido imitada en todos sus pasos por sus hermanas, a costa inclusive de no ser seguidas por los maridos en sus decisiones, o a desenterrar viejas luchas de poder entre los matrimonios que llegaban hasta a fugaces divorcios de tres o cuatro meses.
Ninguno de los maridos de las Arias estaba a favor de la educación privada, por lo que cada fiesta escolar, cada reunión, cada exposición de ciencias representaba para ellos un sapo que debían tragar si no querían salir a buscar departamento de dos ambientes, aún quedando por pagar el crédito por la casa en la que había quedado llorosa cualquiera de las hermanas.
El único que empezaba primer grado ese año era Bartolomé, llamado así por Constanza por el bisabuelo Arias, pero nombre que en vez de enorgullecerla como patricia que se sintiera, debía explicar cada vez que lo pronunciaba. Es por mi bisabuelo, no por Bart Simpson. Los hijos de Verónica eran aún más chiquitos, y los de Carola y Bárbara estaban ya en los grados superiores y aún en la Secundaria, por lo que Constanza echaba bastante de menos la presencia de sus hermanas que la confortaran en una de las tantas fobias que sentía desde muy chica: Las aglomeraciones calurosas. Pablo, además, al no ser afecto a esa escuela, parecía estar más en babia que de costumbre, por lo que a riesgo de incrementar hasta la demencia los nervios de Constanza, aún no había llegado a las siete menos cinco, mientras la reunión comenzaría a las siete y debían atravesar media ciudad en hora pico para llegar a la Institución, llamada elocuentemente: Colegio Modelo “Juanito Laguna”.
- ¡Ay, por dios!- gritó al portero eléctrico cuando escuchó el timbre que había apretado dos veces Pablo, mientras buscaba denodadamente la llave que hubiese manoseado desde las seis y media para tenerla a mano y que ahora había perdido de vista por completo - ¡Ya bajo, ya bajo!- y dando una vuelta inútil, que parecía no llevarla a ningún lado, iba levantando al voleo la cartera arrastrando unos pasos cortitos que la convencían de que se estaba apurando. Después de torcerse un tobillo en la entrada del ascensor, después de confiar en que Pablo tuviese llave y no entraran forajidos a su departamento para robarle todos sus bienes, sintió que los doce pisos la calmaban, de modo que sacó un rouge y se pintó los labios mirándose en el espejo y haciendo una media sonrisa a su imagen, que repetía, obviamente, su gesto.
Pablo estaba de pie en la vereda, con los brazos en jarras, con el auto en marcha y mal estacionado y le hacía señas de que se apurara con la mano, entrando como una tromba en el coche Éste llega a la hora que se le ocurre y ahora me pide que me apure, pensó Constanza con rabia, pero ni se le ocurrió más que un saludo cariñoso, rozando apenas sus labios coralinos y pegajosos contra los de su marido.
- ¿Y Bartolo?- preguntó
- Se quedó en Tortuguitas con mamá y los chicos de Carola, ¿No te acordás que te dije?
- Ah, sí – recordó vagamente él, que no sabía si disculparse por su llegada tarde o romper el formulario en el que habían inscripto al chiquito en el
“Juanito Laguna” para anotarlo en la Escuela Municipal Nro. 78 “Juan Bautista Alberdi”, a la que se podía llegar caminando puesto que quedaba a tres cuadras y media.
- No empezará a las siete en punto- aventuró ella como si se pusiera del lado de su marido y de pronto comenzara a criticar a la escuela.
- No…. No creo. Si empieza a horario, compro- bromeó, lo cual la tranquilizó en parte, y en parte también la convenció para orar para que comenzara temprano. Hicieron el trayecto hablando de nimiedades domésticas y hasta él le elogió el vestido negro sin mangas y cuello alto que había elegido como el más apto para una reunión en la escuela. Cuando llegaron, eran las siete y veinticinco.
Entraron por una galería con letras hechas con distintas caras de Juanito Laguna, que decía “BIENVENIDOS”, y con flechas, un Juanito copiado seguramente por la maestra de plástica iba dirigiendo a los presentes hasta un salón lo suficientemente amplio como para albergar a cincuenta personas, que a Constanza se le antojó que podría ser el salón de música al ver que allí había un piano y una batería, y la reproducción “Juanito tocando la flauta”. Le gustó el gesto, y consideró que allí Bartolomé encontraría el sitio digno para su inteligencia y su motivación que desde chiquito había tenido, en razón de haber estado abocados a la tarea de estimularlo con todo lo que tuvieran a su alcance para que ya pronunciara a los dos años, como un loro, “ Guegodio Tanta”, cada vez que veía en el suelo un insecto aplastado o caminando, media lengua que Constanza se encargaba de traducir, siempre que podía: Ahhh, “ Gregorio Samsa, dice… ¿ Podés creer? ¡A cada bicho que ve!, por si alguien no hubiese comprendido que Bartolomé identificaba a un insecto con “La Metamorfosis”. Mientras admiraba que los baños, que estaban enfrente, tenían sendos cuadritos de Juanito y de Ramona, respectivamente para los varones y para las mujeres, saludó con una sonrisa al auditorio que escuchaba a la directora, vestida como una psicobolche de los años 80, que se anudaba y se desanudaba alternativamente una chalina de batik, y quien en razón de la tensión que estaría soportando, y de la edad con que seguramente contaba, debería padecer algunos trastornos menopáusicos, pese a su aparente porte de veinteañera ….y por lo tanto, queremos…nada…exprimir a los nenes, queremos sacarle el potencial…o sea, todo… digo, que saquen, que saquen, haciendo movimientos de olas con los brazos que sean, o sea… libres, porque nosotros,… nada… no somos una institución convencional, somos un grupo de soñadores, o sea…un grupo de artistas… algunos discípulos de Antonio…y… nada… queremos que los nenes vengan el primer mes como si …o sea, una articulación con el kindergarten….que traigan la mochi del kinder, o sea, que se sientan relibres. Pablo miró incrédulo a Constanza que comenzaba a sentir vergüenza ajena, y cuyas manos sudadas empezaban a enfriarse. Ella pretendía dar un poco más de crédito al colegio, ya seducida por la reproducción que aparecía arriba del matafuegos: “Incendio en el barrio de Juanito”, por lo que pretendía que las palabras de la directora no fueran más que las de una mujer trastornada, que no sería la real acompañante en el proceso de escolarización de Bartolomé, sino que lo sería su maestra, cuyo rostro pretendía adivinar en las sillas en las que estaba sentado el cuerpo docente, en semicírculo atrás de la directora psicobolche a quien todos llamaban Diana como si la conocieran de la secundaria. Buén, nada… los dejo con el maestro de primero, o sea… Hernán. Hernán era un hombrón cuyos rasgos apenas si se conjeturaban atrás de una pelambre como electrificada que lo asimilaba patibulariamente a Charles Manson, con tres collares indígenas en el cuello y un anillo con una calavera en el índice. Cuando se levantó de su silla y por la apariencia general, Constanza y Pablo esperaron que tuviera la voz de Pappo, pero sonó una atiplada voz que les recordó a Horacio Acavallo, que señaló amablemente que él era partidario del trabajo comunitario frente a los actos de indisciplina, como cantar canciones de Pipo Pescador en los geriátricos en los que trabajaba por ser miembro de una ONG, o llevar todos los jueguitos de play station a los barrios carenciados en los que también su ONG actuaba desinteresadamente, para que los chicos que tienen la suerte de tener su Daddy que le compra esas idioteces sepan lo que es no tener electricidad . Constanza, literalmente, escuchó su corazón latir. Y mientras la maestra de plástica iba dando la lista de materiales cartón, 25 corchos, fósforos “ Fragata”, alpiste, cola de carpintero, un mueble en desuso, lápices ecológicos, grafito, colores primarios, negro y blanco, pero óleo; un sol de noche para los días de lluvia que no puedan pintar con luz natural y cuidemos la energía, un mameluco anaranjado, viruta, lijas de carpintero, una sierra eléctrica , ella y su marido se vieron empujando las sillas que los separaban de la puerta de salida, ambos pensando en acampar al otro día frente a la “ Juan Bautista Alberdi” para conseguir lugar para Bartolomé, y corriendo desesperadamente por el pasillo que daba a la salida, cuyo cuadro alegórico era una enorme reproducción de “ El Mundo prometido a Juanito”.

1 comentario:

Deberán mentir hipócritamente si estas historias no les gustan, so pena de esperar mi saludo en la cola del supermercado y ver con desesperación que doy vuelta la cabeza, repentinamente interesada en el precio de la salsa tártara