20 de marzo de 2009

RECUERDOS DE ANTONIA






Antonia Gonçalves entró a servir en la casa de los Arias Guevara en 1954. Llegó desde Misiones con veinte años recién cumplidos, para trabajar de mucama en Buenos Aires y la Fortuna se encargó de depositarla justo allí.
Los Arias Guevara tenían ocho hijos, que iban desde Quitito, que contaba con veintiséis años hasta Morita que era una criatura.
Pero además, tenían costumbres esclavistas con las que, con desparpajo patricio maltrataban al servicio doméstico, lo que originaba que la Señora Mercedes se quedara cada tanto sin mucama o sin cocinera, puesto que para esa altura Evita Perón ya había muerto, y antes de pasar a la inmortalidad a las 20:25 había puesto a sus grasitas queridos en un sitio del que sólo se retornaría medio siglo después con los coreanos que explotarían sin piedad a la comunidad boliviana.
Lo primero que le enseñó la Señora Mercedes fue a mentar a sus hijos, de acuerdo a sus normas coloniales: Eran “niño” o “niña” hasta que se casaran. Después, “Señor” o “Señora”. Antonia intentó de un modo conmovedor durante toda la entrevista inicial, de pie con la valija entre las piernas, retener la cantidad de datos que la Señora Mercedes le indujera con formas campechanas en las que no faltaban las palabrotas y el “che” que pretendía ubicar a esa muchacha casi montaraz, en el lugar de la servidumbre, a la manera de las protagonistas de Gregorio de la Ferrère.
Acá se lustra la platería los viernes, che. Al Señor Bernardo le tenés que llevar el mate al escritorio, a las cuatro. Tenés que despertar a las niñas según el horario que ellas te digan, pero a la más chica le preparás el desayuno porque todavía va a la escuela. El delantal se lo planchás con almidón, y los cuellos del Señor Bernardo también. Los del niño Quitito no, porque le da escaras en el cuello. Y al niño Copete le tenés que abrir cuando llega porque se deja la llave ¡Ah! Y te ponés el uniforme, que está en el armario de la cocina…..
La Señora Mercedes hablaba de sus hijas mayores como si no existieran y de sus hijos varones como si fueran dos hombres compuestos y prudentes; y era verdad que el niño Quitito era un muchacho correctísimo que ya se había recibido de abogado y trabajaba con su padre, pero el niño Copete era un verdadero tarambana desde que se levantaba hasta que se acostaba, puesto que una vez que regresaba a la casa de madrugada y totalmente en copas, hacía cualquier descalabro del que no recordaba absolutamente nada al otro día.
Los días de Antonia en la casa de los Arias fueron de absoluta esquizofrenia desde el momento en que pisó el parqué del recibidor: La Señora Mercedes la trataba como a una mulata anterior a la asamblea del año XIII, pero tomaba con ella té con limón mientras escuchaban radio, o se despachaba con críticas ponzoñosas hacia el marido, o se divertía junto con ella por el amor que Antonia había despertado en Liberto, el dependiente del almacén que traía el pedido en una canasta de panadería que le pendía del único brazo útil que había conservado de un viejo accidente. Y salvo Morita, que la amaba incondicionalmente y hasta más que a la madre, las hijas eran tan arbitrarias con ella como estaban acostumbradas, y no faltaban los insultos cuando tardaba en acudir ante sus llamados a los gritos desde sus habitaciones o desde el baño, acaso para que les alcanzara un vestido que estaba en el ropero con su percha, o la gorra de baño
Che,¿ sos estúpida?, pero a veces las veía en la cocina ayudándola a pelar arvejas o chauchas o la ayudaban a descolgar la ropa de la terraza.
El problema de Antonia no fue acomodarse a esos cambios de trato en sus patrones. Tampoco fue comprender que solicitaban de ella que se convirtiera en mucama, cocinera, niñera, albañil o jardinera, por el mismo sueldo miserable que a ellos les parecía decoroso. Tampoco, quedarse en la cama todos los domingos que tenía libre, ya que no conocía a nadie y sólo salía de la casa para acompañar e ir a buscar a Morita a la escuela.
El problema de Antonia fue que desde que vio a Copete en bata desayunando huevos fritos a las once de la mañana de un lunes, se enamoró de él perdidamente. Y cada vez que llegaba bebido y dándose los muebles contra las rodillas o cayendo de bruces en la alfombra, ella sentía que el latido de su corazón se iba a escuchar desde las habitaciones del piso superior. Y cada vez que él le dirigía la palabra, ella creía que, por fin, alguien la miraba.
Pero por otra parte, Copete era juerguista pero no estúpido, puesto que Antonia tenía veinte años y era una hermosa morena con los ojos dulcísimos y una cadera generosa de la que parecían salir manos que lo llamaban para copular con ella todas las noches subsiguientes.
Fue así que, después de una noche en que regresó más borracho que otras veces y con un ojo en compota, producto de una riña de tahúres, Juan José Arias Guevara amaneció en la monacal cama de Antonia, mientras ella se levantaba para despertar a Morita que debía ir a la escuela y lo ayudaba a llegar hasta su cama, en la que se despertó fresco como una lechuga y sin recordar absolutamente nada de su muda orgía con la triste muchacha de Misiones.
Mientras ella servía al día siguiente la mesa, roja de vergüenza por temor a que el niño Copete le lanzara alguna mirada sospechosa al Señor Bernardo, aquél la trató con una fría amabilidad que la tumbó en la cama todo el día libre, para llorar el desengaño. Supuso durante mucho tiempo que el niño Copete se burlaba de ella, pero en realidad, era que Copete llegaba tan borracho, que no sabía si se estaba acostando con Antonia o con Mecha Ortiz.
Pasaron los años, y fuera de este amor del que sólo tenía noción Antonia, no había nada en ella que para la Señora Mercedes fuera óbice para aclimatarla como si fuera de la familia, por lo que ella supo dejarle la puerta cancel sin llave a Machaca, que llegaba tan ebria como el niño Copete, supo velar el sueño siempre inquieto de Finita, muerta antes de cumplir 20 años por una insuficiencia cardíaca, supo vestir tanto a Amanda como a las tres Arias Guevara que conocieron el tálamo, Tula, China y Teté, y hasta se quedó alguna vez con Carola siendo ésta muy pequeña, para que los padres acudieran al cine.
Claro…. Antonia era muda.
Si bien es cierto que no había ninguna imposibilidad física puesto que no era sorda, jamás había pronunciado una palabra, y sólo se comunicaba con la Señora Mercedes o con los hijas de los Arias Guevara, por medio de gestos elocuentes o escrituras garabateadas en un anotador. El caso es que todos entendieron que era muda y que no había remedio, por lo que jamás la pusieron en la dificultad de explicar de un modo inteligible qué misterio había entorpecido su facultad del habla.
Y pasó la vida mientras Antonia servía la mesa, le pelaba la naranja a Copete, tiraba a la basura los finos cigarrillos de extraño perfume que yacían esparcidos en la habitación de Machaca, cosía los ruedos de las faldas de Morita, pegaba los botones de las camisas de los varones o recibía a Liberto, el dependiente manco, revisando una lista que le escribía la señora o cualquiera de las chicas.
Estar en el funeral de Finita y dejar que Copete durmiera en su falda, borracho, por supuesto y sollozando como una criatura, fue la firma del contrato imaginario en el que Antonia otorgaba su vida a cambio de una familia que no era la suya pero que había conseguido a fuerza de silencio y eficiencia
Finita moría una tarde de septiembre de 1960. Y fue esa misma noche en que Antonia concebía a Blanca, la hija de Copete, quien nunca se llamó Arias Guevara porque el padre jamás se acordó de haberla concebido y porque la mudez de Antonia dejó que la Señora Mercedes creyera que era hija natural de Liberto, quien hubiera forjado por Antonia el mismo amor silencioso que aquélla ideara por Copete. No hubo modo de sacarle a Antonia otro nombre de varón que no sea el único que se le ocurrió a la Señora Mercedes, puesto que la conducta de la muchacha era por demás austera. Aunque Copete no estuviera en la casa, ella se quedaba los días de salida para esperarlo en su habitación, por más que él jamás estuviera al tanto de las noches de amor que pasaban juntos en el cuartito de servicio. Él y ningún integrante de la familia, ya que ella se encargaba de llevarlo semiinconsciente a su cama, por lo que ni Copete ni la Señora Mercedes se enteraron jamás que habían estado casi cinco años acostándose juntos.
En junio de 61 nació Blanca, al calor de las antiguas usanzas de partos. La Señora Mercedes y Machaca fueron las comadronas, mientras Copete jugaba al póker con sus amigos en un tugurio del Bajo y al regresar a la casa, seco, como le gustaba decir irresponsablemente, se enteraba de que Antonia había tenido una hija de Liberto, el dependiente manco, por boca de Morita, absolutamente conmovida por el fenómeno de ver el nacimiento de un ser humano bajo su propio techo.
Copete comprendió que debía prestar más atención a las señales que las mujeres que lo habían acompañado en su ruta de indecencia y libertinaje le enviaban, sobre todo cuando su mirada se volcaba a los naipes o a las bebidas blancas.
Vio como entre nubes la puerta con llave del cuartito de servicio, sus golpes fervientes, el silencio consabido del otro lado, el vientre prominente de Antonia cuando la veía servir la mesa, y en su mente ya embrutecida por el alcohol vio con claridad que sería imposible ya la coyunda amorosa con la linda misionera puesto que ésta ya no dormiría nunca más sola.

12 comentarios:

  1. Me gustó muchísimo, es un retrato de lineas muy bien hechas, y una buena génesis para los impulsos revolucionarios de Morita.
    Clau, todo esto va hacia algun concurso????

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  2. Soy el anónimo Carlos Egaña. Ortiz, este me gustó mucho!!!! es verdad que no es cómico, es dulce y melancólico.Me encantó!

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  3. Mis editores queridos!
    Egaña... ¿ Y cuál no? jajaja... soy tremendamente susceptible, capitán
    Justo.... Voy a concursar, sí. O editaré independiente

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  4. Me gusta mucho el final, ese "Ya no dormiría nunca más sola", da la idea de la tibieza de un nido recién armado, de Antonia con su Blanca Chiquita, algo como un arrullo incipiente en medio da la mudez y la frialdad.

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  5. Pero además, se me ocurre que Copete sabía que se encamaba con Antonia.....

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  6. Hermoso, parece que ocurriera todo en blanco y negro, con Leonardo Favio dirigiendo Fernández, con Torre Nilson dirigirendo El Jefe... espectacular, el mejor.

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  7. este hombre me encanta. Le voy a dedicar mi libro, y mi nobel en la academia, como "Una mente brillante"

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  8. Si, Copete sabía... Y lo supo más aun cuando la perdió...
    Clau, no es un cuento cruel. Tiene algunos personajes crueles, pero vos no sos cruel con ellos, sos muy compasiva.

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  9. uy, te quiero, María Justo Heath

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  10. a medida que voy leyendo un capitulo mas de esta saga, me gusta mas. Este relato dejò de lado lo divertido y me conmoviò el alma.
    muy bueno lo tuyo!

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  11. gracias. me emociona mucho que guste, más allá del conocimiento personal

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Deberán mentir hipócritamente si estas historias no les gustan, so pena de esperar mi saludo en la cola del supermercado y ver con desesperación que doy vuelta la cabeza, repentinamente interesada en el precio de la salsa tártara