1 de marzo de 2009

ENFERMOS ( Una historia real)






Estaba de vacaciones cuando su hermana llamó a su celular y le avisó que su padre había muerto esa mañana. Fueron inevitables las lágrimas, pese a que su padre había permanecido postrado desde antes de que su madre hubiese quedado ciega a causa de la diabetes que la había aquejado desde el nacimiento de su hermana menor, quien ahora le daba la noticia fúnebre.
Fueron inevitables y rápidas, ya que apenas tomó conciencia de lo que significaba esa muerte, se las secó con el dorso de la mano y apretó los labios como todo gesto de pena.
Miserablemente, pensó en todo lo que tenía por organizar antes de acudir al funeral, en la fortuna que habían pagado por ese apart hotel en Pinamar, en las respuestas desconsideradas que sus hijos le darían al anunciarles que se interrumpirían drásticamente las vacaciones, en la cara que Rodolfo pondría frente a un hecho de este calibre, puesto que su impresionabilidad rayaba en la fobia toda vez que se enteraba de algún ser por lo menos mentado en la casa que moría, en verdad porque le anunciaba su propia e individual finitud. No quiso ni recordar lo que la muerte de Gianni Lunadei significó para su marido, quien se pasó el día entero repitiendo como en una letanía pobre tipo, che... pobre tipo.... por lo que colegía que la muerte de su suegro probablemente lo postraría en cama durante tres días.
Iba acumualando en lugar de descartar estos pensamientos, mientras marcaba el número de atajo del celular que la comunicaría con él, a la sazón, comprando fiambre en el supermercado. Antes de que éste le contestara, cortó, pues supuso que llegaría en breve. Marcó el número de su hermana, y la voz insustancial del contestador se interrumpió antes de pronunciar el número que no se encontraba disponible, pues ella no sólo cortó imprimiéndole una fuerza desmesurada y rabiosa a su pulgar, sino que además insultó al vacío mah, andate a la puta que te parió, como si hubiese que buscar en la guía telefónica a quien hubiese grabado el anodino mensaje para elevarle una carta documento responsabilizándolo por la ausencia de su hermana al teléfono y aún más, por la muerte inoportuna del padre.
Antes de que llegara Rodolfo, sacó del armario la valija y comenzó a guardar su ropa, como si la decisión de regresar la abarcara sólo a ella. Escuchó el ruido de la llave en la puerta y el silbidito que su marido emitía como señal indiscutida de que estaba de buen ánimo, lo cual nunca era una excepción. Ella lo abordó saliendo al cruce del silbido y de su júbilo, con el fatídico anuncio Se murió mi viejo.
Le irritó la mirada incrédula, la pregunta retórica ¿ Murió?, el segundo que transcurrió hasta que cerró la boca, la quietud de sus miembros, el forzado gesto amoroso y contenedor. Rodolfo hacía esfuerzos conmovedores por demostrar que estaba acompañando a su esposa en ese trance, pero, como por algo eran marido y mujer desde hacía 30 años, también él pensó una a una las dificultades que el funeral en Entre Ríos les ocasionaría.
Mientras se ponían de acuerdo en la forma en que regresarían, y ya declarándose vencidos con las vacaciones en Pinamar, Estela guardaba sin orden ni gobierno la ropa, los remedios, los elementos de perfumería, todo ello sumiéndola en una furia incontrolable que ahora también se relacionaba con el maremágnum de actividades que no tenía ganas de ejecutar en lo más mínimo. Una vez que venimos de vacaciones como Dios manda....Es como agarrar la guita, prenderle un fósforo y quemarla,¿¿te das cuenta?? conminaba a su marido a estar de acuerdo con ella.
Él la miraba espantado. Siempre creyó que la muerte de los padres representaba para los hijos un hecho doloroso hasta el atontamiento, y todavía recordaba la muerte del padre de Fosatti, en 1972, en que él junto con todos los compañeros de la división caminaron por las calles para asistir al velatorio del joven señor Fosatti y saludar al lloroso adolescente que parecía ni verlos y se sabía en el futuro, completamente traumatizado por la temprana desaparición del padre. Ahora presenciaba una escena en la que su propia esposa, la mujer con la que dormía hacía treinta años y la misma mujer que había criado a sus hijos, parecía fastidiada por un hecho administrativo que exige su enmienda a lo lejos, y no por la muerte de su propio padre.
Sin ambargo, y pese a esta nueva imagen que la iracundia de su mujer le devolvía, Rodolfo pretendía que el evento no fuera traumático para sus hijos, sin pensar que pudieran estar más acercados a la falta de sentimientos nobles de Estela que a sufrir la muerte del abuelo. Trataba de calmarla y se engañaba a sí mismo ensayando tranquilizadoras explicaciones psicoanalíticas Siempre la irrita el dolor, pobre Estela.
Los hijos dormían en el cuarto al margen de los preparativos de sus padres, que ya habían liquidado un placard repleto y ahora se disponían a poner en la canasta el mate para cebar durante el viaje y a cerrar con cinta stiko todas las bolsitas de alimentos no perecederos que pensaban terminar en 10 días y que ahora oficiarían de acompañantes inoportunos, puesto que se suponía que no tenían el menor interés en llevar galletitas, nesquick, yerba y caldos instantáneos de vuelta a su casa.
Cuando sólo faltaba que armaran el equipaje de los chicos, Estela los despertó del modo más despiadado que hubiese encontrado en su protocolo personal, arguyendo un apuro que no tenía. Ellos se movían bajo las sábanas con lentitud pasmosa, acaso con las neuronas agarrotadas por la ingesta desmesurada de alcohol a la que se exponían cada noche. Ella aprovechó ese modo asnal que tenían de responder a las exigencias que les imponía, para buscar en el marido, pacífico por naturaleza, un castigo ejemplar que pusiera a raya a esos delincuentes juveniles en riesgo . Rodolfo intervino Chicos, tenemos que ir hasta Nogoyá. Falleció... el abuelo. Los tres jóvenes se sentaron en la cama como impelidos por un resorte. Federico preguntó, por fin, con los ojos abiertos:
- ¿ Qué abuelo?-
- ¿ Qué abuelo va a ser, idiota??- terció Estela ahora ofendida por la falta de preferencia de sus hijos hacia su padre- ¡ Si vive en Nogoyá..!- dejó inconclusa la consecuencia de su hipótesis para que la agudeza de su hijo mayor la completara con la respuesta correcta.
- ¡ Ah! - respiraron aliviados, lo cual abismó a Rodolfo en una inevitable vergüenza por un hecho que lo eximía absolutamente de culpa frente a su mujer, pero que lo exasperaba al fin.
- Qué cagada...¿no? - tomó la palabra Federico, el más despierto de los tres- Bueno... ¿ Ustedes van?- preguntó peligrosamente, como si fuera posible la exclusión de la prole en tal circunstancia
- Pero...¿ Qué te pensás, bestia ? ¿ Que no vas a ir al velorio de tu abuelo?- gritaba ya fuera de quicio Estela, se diría que alegre de arruinarle a Federico las vacaciones.
- No, no... digo... nosotros, quiero decir- se defendió el chico sabiendo la batalla perdida y viéndose muerto de calor en Nogoyá saludando a los ignotos amigos de su abuelo y ofreciéndoles gaseosas o café de termo hasta la madrugada.
Los otros dos se levantaron sin pronunciar palabra, armaron los bolsos y esperaron que Rodolfo sacara el auto del garage para tumbarse en los asientos traseros a continuar su sueño interrumpido, mientras Federico enviaba un mensaje de texto advirtiendo de su ausencia esa tarde a la playa.
Estela trató de comunicarse con su hermana, quien ahora había grabado su propia voz en el contestador para dirigir a las personas que irían al funeral No me encuentro disponible en este momento. El servicio velatorio de Antonio Morales se realizará en 3 de Febrero 167, Nogoyá, indicaba con una amabilidad que jamás se había contado como virtud en su conducta severamente díscola.
- ¿ Pero ésta es idiota?- le preguntaba Estela a su marido volviendo a marcar el número y aplastándole el teléfono en la oreja derecha para que escuche- ¡¡¡¡Mirá el mensaje que grabó!!!- Rodolfo intentaba el gesto más inofensivo posible para no excitar más a Estela, pero no estaba muy seguro si lo que ésta exigía era que vituperara a la hermana o que la defendiera, por lo que optó por no hablar más que lo indispensable con su mujer hasta llegar a la Panamericana.
Durante el viaje, de todos modos, y pese al voto de silencio que Rodolfo se autoinfligiera, conversaron del padre y de su extraña enfermedad.
En realidad, la enferma real era la madre de Estela, a quien se le había desencadenado una diabetes post parto que la tuvo a mal traer durante años, al punto de quedar ciega. Sin embargo, la mujer era vital por naturaleza, lo que impedía que se sintiera imposibilitada y a pesar de haber perdido completamente la vista , planchaba, lavaba la vajilla, guardaba los utensilios que usaba en su lugar y hasta se sentaba frente al televisor a la hora de las telenovelas que no veía, pero que escuchaba como si fuesen radioteatros del año 40.
El padre, en cambio, portador de una fuerza y un apetito voraz, fue consumiéndose de a poco, hasta quedar completamente inmóvil y si bien los médicos que lo trataron no encontraban una razón científica que justificara su imposibilidad para caminar y aún para mover la cadera, dieron por terminadas las consultas aludiendo al stress y la angustia, y le recomendaron fuertes complejos vitamínicos para resistir la rigidez de sus miembros. Por tal causa, frente a los dos ancianos impedidos, los hermanos decidieron contratar a una enfermera que sólo los abandonaba al caer la noche, cuando ya estaban en su cama esperando un día más de postración y de golpeteos en el suelo con el bastón.
- Mirá - trató de aclarar Estela a su silente esposo - La verdad, la verdad, es que siempre la cagó a mi mamá. Primero cuando jugaba. No te olvides que se patinó toda la guita de los galpones. Después, en vez de cuidarla, se enfermó él. Siempre fue un egoísta. ¿O te creés que es lindo pagar entre los hermanos a Sara para que lo cuide a él.? - preguntaba furiosa como si Rodolfo fuese cómplice y no víctima de la falta de recursos a los que se había expuesto el señor Morales, después de perder toda la escasa fortuna en el Bingo, el hipódromo y aún en sórdidas mesas de juegos organizadas por particulares.- y... viste... Mi vieja siempre fue tan buena, tan poco perspicaz para esas cosas, siempre creída que se habían quedado sin nada por el rodrigazo, por el plan austral, por el corralito, qué se yo... Es más, yo creo que era medio estúpida, que le daba lo mismo estar casada con él que con cualquier otro, mientras tuviera los hijos y ....- se interrumpió, para dar más peso a la gran verdad en la que había concluído, mezcla de sus lecturas de Bucay con la terapia con Iris Schapper, que venía siguiendo desde que Federico no controlaba esfínteres todavía a los siete años- ¿ Te digo algo?... Por algo se quedó ciega- acompañando el axioma con un misterioso movimiento de cejas y del dedo índice que dejaba fuera de toda duda de que había arribado a una verdad trascendente.
- ¿ Por qué?- quiso saber Federico que no había pegado un ojo en todo el viaje reviviendo las dulzuras de un cuerpito adolescente del que no recordaba haber divisado su cara, y mucho menos, retener su nombre o lo que es peor, del que no estaba muy seguro del sexo con el que había nacido. De pronto se manifestaba interesadísimo en las historias familiares, más por matar el tiempo que por verdadera inclinación de su ánimo.
- Es largo, Federico, dormite- le contestó ahora variando la intensidad del tono, pero siempre usando el imperativo para dirigirse a él, o tratándolo como una criaturita, a pesar de los 22 años con que ya contaba.
Llegando al Puente Zárate-Brazo Largo, Estela quiso comunicarse con su hermana nuevamente, pero continuaba el mensaje que terminaba siendo tan enojoso como al principio y que le arrancaba insultos variados y aún anécdotas en las que la inmiscuía en situaciones similares, por lo que la decisión de ésta de dirigirse a quien le hablara por celular en ese trance, no debería haberle llamado la atención. Pero parecía que Estela buscaba por todos los medios desatar morbosamente su ira frente a los seres queridos, y los únicos que quedaban salvados en esa ocasión resultaban ser sus dos hijos menores puesto que seguían durmiendo bestialmente desde que hubieron salido de Pinamar. Así es que Rodolfo, quien ya había escuchado tres o cuatro veces en el viaje las intempestivas intervenciones de su mujer frente a la conducta de su difunto suegro, la ciega, Sara, la cuñada y el hijo mayor, terminó por aconsejarle que durmiera un poco, así juntaba fuerzas para soportar el embate emocional que ocasionaría el funeral.
Cuando estacionaron el coche en la calle 3 de febrero 167, un puñado de hombres conversaba en la vereda. Ya había caído la noche, y hacía un calor insoportable. Entraron resueltamente a buscar a los familiares, y sólo divisaron a Sara, la enfermera, y a la madre que miraba sin ver a su esposo rígido en el féretro. Su madre no parecía desesperada, sino más bien tranquila, con la paz que los ciegos parecen tener al no ser captada por el otro la expresión de su mirada. Estela y Rodolfo la saludaron con cariño, acariciándole la espalda sin levantar la mano de su cuerpo, mientras los chicos adquirían una serena actitud ya de seres humanos y se acercaban casi en puntillas para besar a la abuela y echar una mirada insana al rostro insulso del difunto. Cuando consideraron que su papel estaba cumplido, anunciaron al padre que irían a un bar a tomar una birra . Rodolfo rogó que Estela no hubiese escuchado la intención de los hijos y asintió con un movimiento imperceptible de ojos que más parecía de aceptamiento resignado que de asentimiento.
- ¿ Qué pasó, mami?- preguntó Estela ahora sentándose al lado de su madre y sacando la cartera del hombro para ponerla en el suelo, dándole casi la espalda a Rodolfo que se entretenía en leer las leyendas violetas de las escasas palmas que le enviaran Su esposa, hijos y nietos, Personal Administrativo del Bingo Nogoyá, Bingo de Zárate, Asociación de Jockeys y Vareadores Hipódromo de La Plata, Haras " El Maitén. - No... es que - ensayó la explicación su madre, acomodando sus piernas en la silla - Tuvo un infarto, pobre...Ya no tenía ganas, qué se yo- balbució con una mueca de piedad. Estela no quiso cargar las tintas sobre la conducta de su padre en vida, pero buscó la mano de Rodolfo para apretarla, gesto que entre ellos significaba que el otro estuviera atento frente a alguna barbaridad que escucharan y que después comentaran sibilinamente antes de acostarse. Proponiéndose ser lo más dulce posible frente a la justificación que su madre toda la vida había hecho de su padre, se acomodó cerca de ella y casi susurrante, le preguntó:
- ¿ No tenía ganas de qué, mamita?- y esperando la respuesta obvia, muy alejada de la que le daría su madre, escuchó:
- De jugar, pobrecito....- contestó su madre sonriendo tiernamente. - ¿ No, Sarita?- buscando la cómplice aprobación de Sara que, de pie aledaña a la madre asentía como depositaria de un secreto insospechado.
- Contale, Sarita, Contale- Y Sarita, feliz de quebrar su mutismo de años, comenzó el relato, que sólo interrumpió sorprendida, cuando Estela, comprendiendo por fin las bases de un matrimonio feliz, se levantó airada de la silla seguida por el pobre Rodolfo que tampoco podía creer lo que escuchaba, para retornar a Pinamar esa misma noche con los tres hijos borrachos y contentos durmiendo atrás.


Yo siempre los quise tanto... Como si serían mi familia... el abuelo no tenía nada, vio?. Se hacía el mimoso. Una vuelta lo encontré parado al lado del modular buscando la Palermo Azul . Y la abuela sabía todo, pero no sé por qué, no lo decían. Asique para que nadies se enterara, yo los llevaba los miércoles y los viernes con la silla de ruedas al Bingo de acá, y me iba a dar una vuelta por ahí. Ellos entraban al Bingo y la abuela se hacía la que veía, y el abuelo se hacía el paralítico. Si había un escalón, el abuelo le decía: Guarda que hay un escalón, o guarda que estamos por llegar a la máquina. Y toda la gente se creía que la abuela veía, y que lo llevaba al abuelo paralítico, vio? y después cuando los pasaba a buscar, se mataban de la risa en el remis porque todos creían que la abuela veía y que el abuelo era paralítico, pobrecito, vio? Y si hasta decían ¡ Mirá si se enteran los chicos! Y se cagaban de la risa, vio? Pero como nada más podíamos ir al Bingo, a veces el abuelo se me aburría, vio? entonces ahí se fue poniendo tristón hasta que falleció, pobrecito.....

1 comentario:

  1. Está entre mis favoritos..... lejos!!!
    Lo leí cuatro veces, y me río en los mismos párrafos!!

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Deberán mentir hipócritamente si estas historias no les gustan, so pena de esperar mi saludo en la cola del supermercado y ver con desesperación que doy vuelta la cabeza, repentinamente interesada en el precio de la salsa tártara