26 de junio de 2010

AZCONA Y LAS HIENAS DE HOJALATA


Azcona era inteligente, creativo, buen profe de plástica. Trabajábamos juntos en una escuela de Florencio Varela, donde empecé.
Yo era muy joven y muy poderosa. Porque ahora era profe, y entendía por fin que allí estaba mi lugar en el mundo.
Nos hicimos muy amigos, porque era sensible, divertido, cariñoso..... Los chicos lo miraban como a un bicho raro, acaso por su pelo anaranjado furioso y sus ojos increíblemente celestes. O por sus modos en exceso cordiales de dirigirse a ellos, quienes estaban más acostumbrados al trato de los profesores de Taller, todos masculinos, groseros y con signos de no haberse bañado ese día. En esos modos a los que estaban tan acostumbrados no faltaba nunca el "Dale, negro, andá a comprarme cigarrillos al kioskito de enfrente". Y el "negro", que tenía 14 años y se sentía un protagonista en la vida del profe que tenía un Renault 12 y que vivía en el centro de Quilmes, salía corriendo con peligro de que lo arrollara un colectivo.
Azcona jamás hizo semejante cosa.
Él les enseñaba arte, y llevaba al colegio reproducciones de Miró, de Dalí, de Brueghel, que dejaba a los chicos con los ojos y la boca abiertos, reflexionando en voz alta: " Chaaaaau, qué alucinante". Él los llevaba, junto conmigo y con Lidia, mi compañera, al Centro Cultural Recoleta en tren y subte, para que vieran una muestra interactiva donde exponían Clorindo Testa, Marta Minujin y otros más que no recuerdo, pero que aquellos chicos, hoy de treinta y pico de años, seguro que sí.
Tampoco se llevaba a su casa cuatro o cinco sandwiches de mortadela como los demás, la merienda de los chicos, que el Director, en vez de repartir los sobrantes entre ellos, lo hacía entre los profes, de modo que tuvieran la cena resuelta los dueños de Renault 12, y habitantes de una cómoda casa cuya cocina tenía azulejos con manzanitas.
En los recreos, mientras los varoniles profesores de Taller se reían de la falta de habilidad de "estos negros" para hacer una budinera de hojalata, Azcona nos comentaba a Lidia y a mí que Quique, el asmático, había dibujado un dragón saliendo de un huevo que era impresionante. Y que él le había pedido que lo pintara, pero como Quique no tenía lápices de colores, él le había traído sus Caran d´Ache, que habían sido devueltos al día siguiente con la correción de un caballero inglés.
Azcona, además, pintaba.
Pintaba frutas. Bellas frutas de colores exagerados, como el celeste de sus ojos y el anaranjado de su pelo, como el verde de sus pantalones y el amarillo de su campera.
A veces exponía, otras veces los vendía entre sus amigos.
Los viriles profesores de Taller sólo se dirigían a Azcona para hacerle preguntas impúdicas y soeces mientras se guiñaban un ojo entre ellos y fingían disimular la risa saliendo para la puerta tapándose la boca con las manos. La boca sucia y deshonesta, la boca inútil, la que nunca decía cosas interesantes, ni cordiales. Esa boca se tapaban, mientras los más burlones lo inquirían:
- Che, Azcona.... lo que más te gusta pintar es la banana, no?-
Y el ruido, el aullido de las risas frente a la cara de Azcona que pintaba bellas frutas y les llevaba a los chicos reporducciones de Brueghel.
-¿ O berenjenas?-
Y las hienas caminando agazapadas frente a la presa que no se defendía. Sólo sonreía y respondía a sus preguntas, con los ojos muy celestes, con las manos delicadas de artista, con sus hojas número 6 llenas de dibujos coloridos de los que iban a comprarle cigarrillos al profesor que tenía un Renault 12 al que trataba con más afecto que a otro ser humano.
-¿ Y de qué color las pintás, Azcona? ¿Rosadas?.... A las bananas, digo.....- y más estruendo de risotadas de hienas, de cuervos, de mediocres, de estúpidos mediocres que seducían a las jovencitas más avispadas , mandaban a comprar cigarrillos y les robaban a los chicos los sandwiches de mortadela que mandaba el Consejo Escolar.
Un día, Azcona renunció.
Y ellos, los abusadores de poder, los ladronzuelos, los simios semianalfabetos, se preguntaron ese martes:
- Uh... renunció Azcona. ¿Y ahora de quién nos vamos a cagar de risa?-

24 de junio de 2010

algunos poemas minúsculos


I- El escritorio

Desde su sitial, con el ceño lleno de sombra,
no era aquél
no lo era....
¿El que tenía la voz de Zein Alazman?
¿El que ponía los ojos de Mandinga?
No... No era
La miraba, y ella iba sintiendo
que se iba transformando en agua,
en un objetito callado,
que su peinado era inoportuno
porque...
¿Cómo peinarse para ir a pedir perdón?
¿Cómo mirar?
¿Cómo atreverse a decir que no, que no quiso, que le salió,
que ojalá no hubiese sucedido lo que ya ni recuerda?
Él la miraba, y ella se perdía en los lomos de los libros
que, como lobos australes,
vigilaban que no se moviera del asiento
en el que sus piernitas colgaban
y después, sólo después,
le hormigueaban
"La carga de la Prueba",
" La España Musulmana"
" Vidas Paralelas"
y ella ya no lo escuchaba,
sólo necesitaba
salir de allí,
aplastarse como las flores en medio de las páginas
desaparecer
no haber sido nunca
y entonces,
entonces lo decía.
Pero....
" Vaya hija, usted no está verdaderamente arrepentida"




II- Presente imperfecto compuesto

Esos dos
que ahora no se conocen
se han incriminado en lesiones
en los limites moribundos del horror
han caminado el túnel lóbrego
de un tren fantasma
que la kermesse olvidó de retirar
han mirado un espejo quebrado
por el golpe solitario e inútilmente teatral
de un zapato
contra el azogue.

Pero esos dos
conocieron menos palabras de alfanjes certeros
cuyo hundimiento significaba errar como un ciego
supieron no haber torpemente triunfado
vociferando,
mientras la soga
se iba anudando, como una serpiente,
en el cuello.

III- Papeles de recién nacida

A despertarme en un ataúd
acolchado, de colores tenues
que nadie puede mirar
sólo yo porque estoy de ese lado
A escuchar el relato de
la muerte lenta y agónica
que los ahorcados cuentan
en el Infierno
A ser condenada a muerte
y quedarme hasta el fin de la sentencia
sin haber entendido que era
mi propio nombre el que sonaba
A ver el espejo redondo
perfecto
y monstruoso
de la verdad sobre mi propia vida
A cartearme con engendros
que llegan caminando desde el más allá
y me recuerdan
los hechos más vergonzosos de mi historia
aquella maldad, aquel acto innoble
aquel dicterio contra la naturaleza misma del amor
A comprender,
en el ataúd, en el Infierno, en la sentencia
en el espejo, en las cartas
en lo hechos
que yo y sólo yo
puedo ser quien libere el desatino.....

IV- poema en minúscula

chicas con hot pants
bailando en cronopio
(todo con minúscula,
porque es en voz muy baja)
naranjas reventadas
abajo de las ruedas de Peugeots 404
bombitas de agua sólo a la siesta
espuma en los ojos antes de la medianoche
chicos que escuchan discos en garages
y leen las tapas, y buscan ser Fogerty,
y creen que esa tarde en el asalto
van a sacarla a bailar
por lo que se perfuman con Krandall´s
y se ponen una Lacoste y un pantalón
de Eduardo Sport
y a veces, sólo a veces,
se engominan el pelo peinado para atrás
(suenan ametralladoras, suenan bombas,
hay olor a muerte fresca,
pero ellos son aún inocentes
y creen que el más atroz malvado
es Nicola, o Dispinzieri, o Vapore....)

¿qué tiempo es el tiempo que nos llevó
de la ciudad de nombre soñador
a la ciudad de los muertos con esquirlas?
¿qué cometa, qué eclipse de sol, qué fin del mundo
nos tabicó,
nos trasladó,
nos liberó tras la feroz tortura?
¿por qué no gritamos?

El tiempo es un monstruo voraz
que se ríe
desde el fondo oscuro del espejo

16 de junio de 2010

JUAN DE LA COSA


Pasa por las veredas extrañas de la Plaza, y ve a una nena que, llena de cuadernos, va a Inglés.
Es una nena extraña, con una colita prolijamente armada con dos bolitas transparentes rojas. Parece que está siendo protagonista de una película, porque salta y canta las canciones de "Melody", que ha visto en el Cine Universal, cuyo resultado desastroso fue creer que Londres era mucho más lindo que Azul o que Mark Lester debería vivir cerca de su casa e ir con ella a la escuela.
Le dan ganas de decirle que Mark Lester no hizo nunca más una película como "Melody", que luego se puso desgarbado y que nunca más se supo de él, pero la nena de pronto aparece con un pantalón de piel de durazno rosado y una remera celeste. Ya no tiene la colita. Ahora le cae un pelo casi colorado y tiene muchas pecas.
Se ha enamorado.
Pero ahora, de un ser humano de verdad, que nada en el club, rema, corre, y se junta con los chicos más populares. Tiene dos años más que ella, pero ni la mira.
Y la coloradita va ahora a las siete de la tarde a Juan de la Cosa, junto con sus amigas, a tomar gaseosas y fumar, mientras hacen un juego rarísimo en el que deben hacer caer una moneda quemando una servilleta arriba de un vaso, pegada con saliva.
O, una vez encendido el cigarrillo, manosear el filtro para ver qué letra les sale.
Tampoco le dice que la letra que le sale, que es siempre una G, no es de Guillermo.
La chiquilina con pecas y pelo lamido escucha cómo sus amigos le aseguran como si se tratara de una verdad revelada, que él la mira siempre que están en el club, y ahí mismo, en Juan de la Cosa.
Ella pretende advertirle que no es necesario exponerse de ese modo, porque le ha tomado una ternura urgente. Le hace acordar a su hija, a sus alumnas.
Hay algo diferente entre éstas, su hija y la muchachita. Se le antoja más desvalida, más sola en sus curiosidades, bastante más lastimada.
Alberto Uhalde le dice que él es amigo íntimo del chico a quien la pecosita ama, y que le va a preguntar como cosa de él si.....
No lo hagas, piensa ella.... Pero la chica se entusiasma, y entendiendo que se está jugando la vida, le da el visto bueno a Alberto Uhalde, que con catorce años, ya toma whisky, nació en noviembre como ella, y las madres los llevaban en los cochecitos juntos al club, por lo que confiar en él es como confiar en su hermano.
Ve cómo las amigas le hacen un extraño rito de espera de lo que será algo así como la entrada al paraíso cuando Albertito venga con la noticia de que Guillermo la ama tanto como ella, por lo que serán novios para siempre.
¿Para qué hiciste eso?- quiere preguntarle..... pero la chica ya está viendo que Alberto Uhalde pasa para la puerta de Juan de la Cosa como un detective en misión secreta, y que ante sus ojos interrogantes y suspicaces de la respuesta , él hace un gesto negativo con la cabeza.
Tiene muchas ganas de abrazarla, porque adivina que Claudia tiene ganas de llorar. Pero la ve que comienza a reír con las amigas, olvidando el suceso y buscando otras caras que mirar, por lo que se retira, mientras la chica lee el papelito que le ha aparecido en la mano:
Vas a ser muy feliz, te lo prometo.......