1 de marzo de 2009

MACHACA ARIAS GUEVARA, MISS SIETE DÍAS




“M prece k intrnron Machaca” escribió Verónica en su celular para enviar un mensaje de texto a Carola, quien no era posible que estuviera al margen de todas las novedades familiares, en razón de que era la mayor de las cuatro, y la más sensata o, al menos aparentemente, era un poco más racional y sabía qué pasos seguir, por lo que apenas las hermanas conocían antes que ella algún dato , se sentían en falta y consecuentemente compelidas a anunciarle la primicia, por el medio que fuera, de tal modo en que a veces Carola recibió exactamente el mismo mensaje de texto pero proveniente ya de Constanza, ya de Bárbara; mientras atendía el teléfono donde Verónica parecía leer los mensajes enviados por las otras , puesto que los repetía exactamente con las mismas palabras.
Estaba por arrancar el auto, saliendo de una reunión en el Instituto de Inglés donde ejercía la Dirección, con poco menos que diez insultos que no había dicho a sus docentes, números que no cerraban, y concluyendo con espanto, que no había dejado a Rosa el dinero para que Martín llevara al campamento, y ni aún nada en la heladera para que la fiel pero ya mañosa mucama que le hubiese legado su madre, preparara al menos una tarta seca de jamón y queso. El espanto se incrementó ante la marcha del automóvil que abrió sus señales indicando con una luz anaranjada que eran las dos menos veinte y que no tenía casi nafta, por lo que decidió actuar tal como la parsimonia de Enrique siempre le indicara Hacé las cosas de a una, no gastes energía en lo que podés solucionar después. Agradecida por la voz imaginaria, que cada tanto le sonaba para calmarla, estacionó frente a un milagroso surtidor que como por arte de magia se le apareció a la vuelta del Instituto, instalado en una estación de servicio que ni se acordaba que estuviera tan cercana. Mientras una playera fibrosa como la Tigresa Acuña con visera le cargaba el tanque, Carola juntó fuerzas y llamó a Rosa, que la atendió con los mismos malos modos con que le hablaba cuando no quería ir a piano a los siete años y tenía que despertarla a las ocho de la mañana. Le indicó que llamara a una casa de comidas, ignorando los gruñidos de la otra, y se alivió cuando se enteró de que Martín no había querido ir al campamento, con una negativa manipulada por Rosa cuando era ella la que no quería organizar algo que se refiriera a los hijos de Carola, del estilo O sea que no vas al campamento, entonces? y a lo que los chicos, con esa atroz deficiencia mental en la que caían cuando aún no se habían despertado del todo, respondían cualquier cosa que los dejara dormir en paz, aunque cuando se despertaran, lloraran hasta las seis de la tarde.
Cuando hubo solucionado el campamento y el almuerzo, recordó el mensaje de Verónica Qué pendeja de mierda, por qué no escribirá como dios manda, se preguntó mientras trataba de decodificar ¿a la tía Machaca? ¿La internaron? y mientras le daba la tarjeta de débito a la recia playera que casi le tiró la llave del auto en la cara, llamó a su madre.
- ¿Mami? Carola, sí. ¿Qué sabés de la tía Machaca? Su madre le dio aproximadamente el parte médico, acaso con palabras más académicas que el gerontólogo que atendía a Machaca Arias Guevara, una de las hermanas vivas de su padre, y la única que había mantenido el doble apellido, puesto que hacía un escandaloso alarde de la inconsistente alcurnia con que habían nacido entre 1920 y 1941. – Bueno, bueno, beso, mami…- trató de acelerar la conversación telefónica Carola, firmando el ticket y arrancando con una sola mano y con el celular atrapado entre su oreja izquierda y el hombro, maniobra que había precipitado el aro hacia la pedalera del auto. … cómo si esto no se hubiera visto venir desde hace como diez años. Ya cuando murió el tío Copete se empezó a pirar….Carola llegó a su casa y llamó a las hermanas, con quienes celebró un cónclave para tomar cartas en el asunto, puesto que se sentían llamadas a asistir a los únicos ancianos que quedaban en la familia; su madre, la tía Machaca y en menor medida, la tía Morita.
Después de poner cada una excusas para no ocuparse más que de ir en el horario de visita o de darle de comer a los tres gatos de Machaca, Carola las emplazó:
-No…. La tía Machaca me enseñó a pintarme los ojos. Y fue la que me dio el primer porro. Yo quiero que se divierta, que la pase bien, que le sigamos la corriente.
-Vos lo que querés es cagarte de la risa cuando te cuente que se fue con Nono Pugliese de Mau Mau y al otro día Claudia Sánchez la puteó a los gritos en Guindado- largó de pronto Bárbara que siempre parecía enojada con la condición humana.
- No seas yegua, Bárbara. Ya me sé de memoria los amores de la tía Machaca, y la mitad deben ser delirios de ella. Quiero alegrarla. Me dijo mamá que no reconoce a nadie, y que pesa 40 kilos.
-¿Y qué te asombra? Toda la vida pesó 40 kilos…. ¡Si era anoréxica!
- ¡¡¡Bueno, che!!!¡¡¡ A mí me gustaría que Sol o Trini me fueran a ver al geriátrico cuando hable pavadas!!!- trató de hacer reflexionar Carola a sus hermanas.
- En todo caso al cementerio. Vos te vas a morir antes que nosotras- argumentó Verónica, quien se creía todavía que estaba en la escuela secundaria, y repartía los recuerdos infantiles entre Carola y su madre, entre otras cosas, porque Carola se había ocupado de ella toda la vida. Las tres hermanas festejaron los dichos de Verónica con una carcajada irrespetuosa, que a la mayor sólo le produjo un rictus de saturación, pero después de dar ejemplos en los que siempre encontraban a la tía Machaca en retazos de vida que las habían hecho reventar de risa, y de recordar que había sido, por lejos, la tía más querida y más esperada en las navidades en Tortuguitas, decidieron ir esa tarde las cuatro juntas a divertir a la tía Machaca, en un plan riguroso que representaba para cada una, dos horas, al menos por día y por turnos, de atención.
Cuando llegaron a la habitación, Verónica alabó el empapelado azul con magnolias:
- ¡Qué buen empapelado! ¡Yo quería uno así para el cuarto de Trini!
- Ah, ¿Sí?- se escuchó la voz cavernosa de la tía Machaca desde la almohada – Traela acá, vas a ver cómo se divierte.- Verónica se sintió, una vez más, una tilinga superficial, pero como pese a eso, era la más cariñosa, casi corrió hasta la cama con un torpe movimiento de brazos anhelantes y abrazó a la anciana que parecía una niña con un pijama blanco con florcitas lilas.
- Callate, mala. ¿Cómo estás?
-Perfecta, ¿Cómo voy a estar? Son cosas de tu madre, que como se ocupa con los hijos de ustedes, vagas de mierda, no tiene tiempo para estar vieja. Pero como yo no fui tan pelotuda como ella para tener cuatro yeguas como ustedes, que encima tienen hijos como vacas…
-¡¡¡Buenoooo!!!- interrumpió Bárbara, cuyo mal carácter empezaba a olvidar que la tía tenía Alzheimer, y ya casi estaba decidida a quebrar el acuerdo entre las hermanas y ni siquiera cumplir con ese primer paso-
¡ Qué día tenemos, eh!!!.
Carola hizo como que no escuchaba, le dio un ramo de fresias y besó el pelo entrecano de Machaca, que olía al perfume francés que siempre había usado y que ellas bien conocían como representante de la presencia de su tía.
- ¿Te tratan bien, tía?
- Como el ojete- contestó nuevamente la voz destemplada de Machaca – Todas las enfermeras son unas frígidas- aclaró como en secreto, poniendo la mano nudosa que asomaba por el pijama, como si fuera un tabique entre su boca y los oídos que pudieran escucharla, aunque la tonalidad de su voz no tuviera, en modo alguno, la calidez del secreto, puesto que le faltaba poco para aullar.
- ¡Pero che! – Constanza cerró la puerta con pudor, para que el comentario grosero no llegara a oídos de las enfermeras que iban y venían por los pasillos y que parecían entrar a cada momento para acallar la hostilidad de Machaca con una inyección letal o para llevarla a un cuartito donde la castigarían severamente con una sesión de electroshock que la dejaría estúpida para siempre. – Bajá la voz, tía, por dios.-
- ¡A mí qué me calienta!- lanzó nuevamente la tía Machaca con una tos de fumadora que impidió oír el enunciado entero – Prefiero estar muerta antes que este opio.
- Bueno, tía, - trató de distraerla Verónica – Pero te vinimos a visitar, las cuatro juntas, como cuando éramos chiquitas-
La tía Machaca se incorporó apoyando los brazos escuálidos con manchas violáceas, dejando ver un pescuezo fláccido, y los huesos de la clavícula descarnados, que formaban dos huecos capaces de ser llenados con agua, en razón de su hondura.
- ¿Y quién te ha dicho a vos que me gusta verlas?- largó despaciosamente, con una expresión casi feroz en la cara esquelética.
Las cuatro hermanas quedaron aturdidas, e inclusive Constanza percibió un movimiento de impulso en la cadera de Bárbara que ya no tenía ningún interés en seguir escuchando los agravios de la tía Machaca, sin, al menos, devolverle tres o cuatro frases que le devolviesen la sensatez que, a decir verdad, nunca había tenido.
- Sos mala, tía- protestó infantilmente Carola – Vinimos a verte porque supusimos que te gustaría vernos, sino, no veníamos – concluyó con un argumento más infantil que su protesta.
- Ustedes siempre fueron malas conmigo- dijo al fin Machaca también aniñando la voz, pero conservando un dudoso tono masculino en ella, fruto de los desarreglos que venía infligiéndole desde 1947.
- ¿¿¿¿¿ Malas????- dijeron las cuatro en diferentes momentos- ¿¿Por qué, tía? – más que preguntando, rogando una explicación para no echar por tierra la imaginería de las hermanas de que la tía Machaca había sido la tía más querida, la que les había enseñado a maquillarse, a tratar con hombres, a fumar, a tomar alcohol y bailar hasta la madrugada.
- Ustedes le contaron a Papito que yo salí Miss Siete Días- Dijo de pronto, moviendo un artrítico dedo índice acusador, que ubicaba a las cuatro Arias como las hermanas de Machaca, las cuatro Arias Guevara, muertas alternativamente entre 1960 y el año anterior, y como no había otra persona, la demencia de Machaca no podía ubicar ni a Copete, ni a Quitito, el padre de las Arias, y mucho menos a la hermana menor, Morita, que vivía en Estocolmo desde que se hubiera exiliado en 1975 a causa de su militancia suicida en las FAR. Carola abrió desmesuradamente los ojos alertando a las hermanas y con la boca en círculo y la lengua apenas apoyada en el labio superior, gesto que pretendía avisarles que ya se había dado cuenta de los pasos a seguir, le pidió disculpas en nombre de todas.
- Bueno, Machaca – guiñando un ojo a Verónica que no terminaba de comprender – Perdón. Es que viste como era papito, nos amenazó con no dejar que fueran los muchachos a visitarnos a casa – y esperó la respuesta de la tía, que tampoco se habituaba al cambio repentino de discurso de Carola.
- ¿Qué está diciendo ésta?- Le preguntó por lo bajo Constanza a Bárbara, que, al ser más despierta que las otras dos hermanas, había comprendido.
- ¿ Y cuál es el problema que le contemos a papito?- preguntó entonces Bárbara apoyando la estrategia de Carola y bajando la cabeza ejecutando un asentimiento que más quería decir que había ganado alguna partida en competencia francamente sangrienta, a algún contrincante que tanto podía ser su tía o las hermanas, es decir, quien estuviera presente en ese instante.
- ¿Cómo cuál es el problema?- retrucó Machaca – No pude salir en la tapa, qué chiste…- susurró amargamente, para después arremeter nuevamente- Y ayudado por el hijo de puta de Quitito que en vez de defenderme, me agredía diciendo que yo era demasiado grande para salir en la tapa.- Bárbara especialmente, volvió a sentir fastidio al escuchar hablar mal de su padre, a lo que respondió, ya sin recordar el plan tácito entre las cuatro:
- ¡Y tenía razón! ¡Si ya tenías como 38 años!
- ¡37 tenía, 37! – repetía, indignada – Ya para esa altura, Liliana Caldini tenía como treinta, pero como se hacía la nena…- dejó inconclusa la frase.
-¡Treinta no es lo mismo que treinta y siete, tía! -
- ¿Por qué me decís tía, Tula?- confundía Machaca a Constanza, que ya no sabía lo que debía decir, y había creído que con su intervención prácticamente revertiría el Alzheimer de Machaca.
- Bueno, me equivoqué – decía como toda explicación, no se sabía si la justificación se refería a Machaca, o a las hermanas, que le hacían caras para que no levantara la perdiz. Carola intentó poner paños fríos resistiéndose a creer que las hermanas le discutieran en realidad a la tía Machaca si debía o no estar en una tapa de revista a los 37 años.
- Bueno, no importa… ¿Sabés qué vamos a hacer, Machaca? Lo vamos a convencer a Papito – con una sonrisa melosa que la tía desdeñó como gesto afectuoso, puesto que le escupió una mirada llena de inquina.
- Siempre fuiste medio pelotuda vos, Carolita… Papito murió en el año 70. Vos tenías tres o cuatro años. Y te quedaste conmigo en Tortuguitas. ¿No te acordás?- replicó de pronto como si la razón recobrada en un solo instante la volviera aún más renegada.
Carola se dio por vencida. Nunca había podido seguirles el tren a sus propios hijos cuando le respondían serenos enunciados donde avergonzaban sus intentos por comprenderlos, y tampoco jamás había logrado, con sus estrategias copiadas de los Films americanos donde se enfrenta al enfermo mental con sus fantasmas, más que agudizar los conflictos hasta un límite insano; por lo que se levantó de su silla, y mientras le mostraba a la tía Machaca la mirada más dura que hubiera encontrado, dijo como para sí:
-Siempre fuiste una vieja de mierda. Ahora entiendo por qué te quedaste soltera- Dio media vuelta, y se fue hacia la salida.
Las hermanas la siguieron corriendo y hasta patinando por el pasillo de la clínica, mientras Machaca gritaba desde la cama los insultos más soeces que conociera en sus 78 años de vida, mezclando todo ello con la tapa de Siete Días, los cigarrillos Imparciales, el hijo de puta de Quitito y la yegua de Amanda, la ausencia de Morita y un matrimonio fugaz de pronto con Stanley Kubrik, y al rato con Perón, atrocidades cuyas causas debieron desarrollar las hermanas a Verónica durante toda la tarde, con la explicación detallada de los síntomas devastadores del Alzheimer.

1 comentario:

  1. Sos una Loca talentosa, te admiro realmente....y lo mejor es que sos mi prima!!!!!!!!!!!!!

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Deberán mentir hipócritamente si estas historias no les gustan, so pena de esperar mi saludo en la cola del supermercado y ver con desesperación que doy vuelta la cabeza, repentinamente interesada en el precio de la salsa tártara