15 de agosto de 2010

AL MAESTRO, CON CARIÑO (ROBERTO PABLO BARNABÉ)


Al destino le gustan las casualidades que llueven como si uno no hubiese hecho nada por merecerlas.
Creo firmemente en los destinos personales a los que uno va arribando mientras arma un rompecabezas de diez mil piezas, y cuyo último pedazo se coloca con un fervor único y personalísimo, el día en que la muerte nos saca de la lista del personal disponible.
Pero también creo en esos golpes de dados que dan tres veces generala servida de ases, sin estar cargados, sin cubiletes tramposos, y sin una fortuna especial para el juego.
Espero que se note que he citado subrepticiamente a Borges y a Mallarmé, porque lo hice completamente adrede.
Hay algo de influencias notables en esta nota, hay algo de miradas redondas desde abajo que idealizan y prometen sin saberlo:
“ Quiero ser como vos”
En mi estado de este inefable facebook, escribí: "Nada, che... ni una puta palabra", refiriéndome a que no he podido escribir sólo comentarios más o menos ingeniosos en algún enlace, de modo de recibir un satisfactorio "Me gusta" o una bienaventurada carcajada transcripta, como si una carcajada se pudiera representar con otra cosa que no fuera un sonido.
En este estado de cosas, recibí un cartelito celeste que titilando me auguraba que el hijo de Roberto Pablo Barnabé había comentado algo en un grupo llamado "Yo también fui a la Escuela Normal de Azul", o algo así, que en este afán de retorno que me lleva una y otra vez al territorio benéfico de la infancia, he ido abrevando, de tal modo que tengo amigos azuleños que no he visto nunca y que serán, además, etiquetados con emoción en esta nota.
Pablo, de quien me acuerdo perfectamente porque ambos vivíamos en la Calle Colón, se emocionó acerca de un comentario que yo hubiera puesto hacía dos o tres meses atrás recordando a su padre, quien en los años en que yo iba a esa escuela, era el Regente.
¿ Qué es ser Regente de una escuela?
¿Qué es ser maestro?
Acá comienzan a armarse las piezas del rompecabezas que me tiene con cinco ibupirac migra en el día y con una noche rarísima, en que no recuerdo el instante en que me dormí.
La última nota que escribí fue acerca del film de Sidney Poitiers "Al maestro, con cariño".
¿Cómo es posible que aquello fuera lo último que hubiera escrito, y hoy, a un día del aniversario de su muerte, se me aparezca de golpe, como entrando en el aula, como ese torbellino que recuerdo, el “Señor Barnabé”?
Tercera o cuarta pieza colocada, justo allí, donde se vislumbran ojos, una boca que se abre y dice, una mano en un picaporte intempestivamente, para provocar un temor que nadie sentía enteramente….
Van colocándose solas las piezas y rememoro….
Yo era una chica inteligente y curiosa. No era maliciosa pero tampoco tenía una gran inocencia. Tenía, sí, una gran perspicacia para captar a las buenas gentes, lo cual, afortunadamente me ha acompañado a lo largo de la vida, y desafortunadamente no me ha aligerado la existencia lo contrario.
Es que a mí el Señor Barnabé me producía una enorme alegría, con ese porte pequeño pero robusto, trajeado impecablemente, con el pelo peinado para atrás supongo hoy, con gomina, desde los cuarenta años que lo alejan de mi visión borrosa.
En aquellos años, en los que esa visión no se deshacía por el tiempo ni la emoción, yo creía que era pelado, como lo creía de mi padre. Tiempo después, al ver fotografías en las que éste luce con menos años que yo hoy, casi como un hermano menor, observo que sencillamente tenía las llamadas vulgarmente “entradas”.
Vaya a saber uno cómo lo recordarán los hijos cuando tengan cincuenta años…..
El caso es que las piezas siguen acomodándose solas y aparecen las tardes de lluvia en la escuela, en que el Señor Bernabé entraba al aula y nos enseñaba la diferencia entre la pronunciación entre la B y la V, la regla de las esdrújulas, que aún hoy recito a mis chicos, y que aún hoy arranca risas:
“En el tiempo de los apostoles, los hombres eran barbaros, se subían a los arboles y se comían los pajaros”, la diferencia sutil entre ser cortés y ser obsequioso, la marcha de San Lorenzo, la dedicación que ponía para corregir, como si se tratase de vida o muerte:
- ¿Cómo “jurando a Martes”? ¿Ustedes le juran al tercer día de la semana”?- con una reducción al absurdo sacada de su ingenio para mostrarnos que la canción de la Bandera se pronunciaba: “Jurando amarte”, y, siempre con una sonrisa bailándole en los ojos o, inclusive, el trato que debíamos guardar las señoritas frente a los varones, nunca jamás como sumisas estúpidas, sino como dignas damas a las que aquellos sólo podían aspirar.
El Señor Bernabé enseñaba matemática, literatura, historia, geografía, arte, juegos, como quien enseña a caminar a un niño de pocos años.
Todo surgía de sí con una autenticidad que mezclaba la autoridad natural que poseía con un humor divertidísimo, por que sabía que la infancia es el instante justo en el que los hombres logran ser mejores porque el señor Bernabé se mete rápidamente en una ronda de niñas y canta, saltando en el patio rectangular de la Escuela Normal , “Buenos días su señoría, mantantirulirulá” y una vez que desbarata la ronda, toma mágicamente una manito y la coloca para que se estreche con aquella que nadie quería tomar porque tenía tristes y solitarias verrugas, mientras se va como un ligero saltimbanqui a buscar manos que no quieren ser estrechadas por los niños crueles.
Y así, jugando, enseñaba valores excelsos como la fraternidad.
Piezas colocadas ahora volando sobre el patio de la Escuela Normal y entonces entender….
El destino no es tan caprichoso, el azar a veces no es sólo un golpe de dados.
Y algunos seres humanos sí son imprescindibles.
Y a veces, la felicidad es bastante parecida a recordar a un gran hombre al que se le ocurre entrar a una ronda de niñas para enseñar que todas las manos tienen cinco dedos y una palma.
Y que no hay nada mejor que estrecharlas…..