13 de abril de 2009

RECLAMO DE DEUDA


RECLAMO DE DEUDA


Ubiquémonos una noche de martes a las nueve, en casa de Carola Arias. La situación es la siguiente, más allá de lo que el lector imagine de acuerdo a las ya célebres aventuras de estas mujeres:
1- Enrique está de viaje, precisamente en Santiago del Estero, convocado por un Congreso de Materiales en Seco.
2- Rosa no ha acudido ese día a trabajar, por lo que la casa parece un escenario de la reconstrucción de Berlín en 1946
3- Catalina ha discutido severamente con su madre y no se le permite salir del cuarto
4- Martín ensaya tocando graves y dudosos sonidos con el bajo
5- Bruno escucha a todo lo que da, para tapar el bajo de Martín, música de pésima calidad en la computadora, mientras, además, chatea con 360 amigos que lo llaman insistentemente con el sonido particular del MSN que hacen tremolar cartelitos anaranjados con nombres que parecen de agentes secretos “capadocia342”, R//amJ”, “Luc·32°”
6- Félix ve “Los Padrinos Mágicos” más fuerte aún que la música vulgar de Bruno y los sonidos del bajo de Martín
7- Catalina grita como una interna de un pabellón psiquiátrico que bajen la música, puesto que necesita dormir a esa hora insólita, todo por molestar a la madre, que está, además, con jaqueca, buscando qué darles de cenar a los hijos y oliendo un vaho sospechoso que sale de la heladera, lo cual la lleva a mirar con repugnancia una lata abierta a la que le faltan tres champignones y le sobran hongos verdes, por lo que vocifera casi hasta la afonía:
- BRUNOOOOO!!!! ¿Vos abriste la lata de champignones y la dejaste abierta?-
- Nooooooooooooooo – aúlla el chico como si le contestara a alguien ubicado a diez metros, teniendo en cuenta que debía escuchársele arriba de la música tropical, el bajo, “Los Padrinos Mágicos” y los chillidos trepidantes de Catalina, quien continúa pidiendo paz para poder descansar como Dios manda, alguien que ha sido castigada por llegar a la casa a las ocho y media de la noche, sin que su madre, lejos del marido, supiera dónde se había metido.
Imaginemos que Carola Arias no tenía ningún interés en quedarse cuatro días sola y a cargo de los hijos, que, además, extraña a su marido y, en vez de decirle eso cuando éste se ha ido, le ha ladrado como una hiena, por lo que el otro ha partido casi sin saludarla, comenzando a hartarse de sus desplantes, lo cual la llena de angustia y entiende que su pareja se ha destrozado inexorablemente.
No será difícil, entonces, de suponer que si al día siguiente, Carola debía ir a hacer un trámite en Rentas, sucediera lo que en efecto sucedió.

Después de dejar a los hijos mayores en el Colegio, después de haber peleado otra vez con Catalina porque la chica saliera de casa con paso perezoso a las siete y veinticinco, como si les estuviera haciendo un favor a la madre y al hermano que la esperaban impacientes en el auto, Carola hizo la cola de 50 personas que estaban esperando que Rentas abriera sus puertas al público.
Envió un mensaje de texto a Bárbara pidiéndole que si no llegaba para la una, diera una vuelta por su casa para llevar a los más chicos al Colegio, recibiendo casi al instante otro de la hermana, que le contestaba ¿Cómo voy yo a saber si llegás o no para la una, enferma?, respuesta destemplada que originó peor humor en Carola, por lo que le contestó también ella de mal modo que se suponía que le avisaría por teléfono, que no la considerara tan estúpida, a lo que la otra le envió un segundo mensaje Bueno, no te enojes, gordi, que dio por terminado el aprieto en ciernes en el que se encontrarían de no mediar una palabra amable. Sonrió con ternura a la voz escrita de su hermana a quien hacía dos minutos atrás se arrepentía de haber convocado, y dio un paso en la cola, atrás de un hombre calvo de más de 60 años que la miraba descaradamente, mientras se secaba la transpiración con un pañuelo arrugado. Ella ponía los ojos en cualquier lado, intentando no cruzarse con la mirada del libidinoso sesentón, por lo que fingía dar una ojeada para adentro de la cartera de todos los elementos que contuviera, o de centrar la atención en el aviso de deuda por el que debía reclamar. El sesentón calvo comenzó a dar señales inequívocas de apetecer entablar con ella una afable conversación que los llevara directamente a un Hotel Alojamiento después de haber cumplimentado el trámite, de modo que ella comenzó a responderle con gruñidos o con gestos desagradables, como arquear las cejas o negar con la cabeza, de tal manera que el seductor comprendiera que ella era tan antipática como una institutriz inglesa, pero éste no pareció amilanarse, sino más bien inflamarse de deseo ante lo que resultara más arduo en la conquista, por lo que seguía lanzándole miradas indecentes a su escote, cuyo volumen no era precisamente desarrollado, sino más bien tan insignificante como el de una púber.
La cola avanzaba no tan rápido como ella hubiese querido, y en tanto que el sesentón calvo continuaba relatándole ahora que había dormido mal por el calor, ella seguía asintiendo con monosílabos que no llevaban a ninguna conversación, pese que al tipo, esto no le resultara ningún obstáculo insalvable.
Por fin, llegó su turno, y mientras se acodaba en el mostrador frente a una chiquilina con anillos de plata que manejaba una computadora como si fuese un piano, explicó que tenía todos los recibos al día y que esa deuda no le correspondía a la familia Filardi.
La chica le interrumpió antes de que terminara con su reclamo, diciéndole que averiguaría en el sistema, si correspondía o no pagar, o si se trataba de un error de la Oficina, en cuyo caso le pedimos disculpas por molestarse hasta acá... Tecleó rápidamente, pidiéndole a Carola el número de partida, el documento de identidad y el nombre, y una vez que la pantalla se iluminó para informar tal como si fuera la pitonisa dando un oráculo, observó a Carola casi con placer de darle una pésima noticia y afirmó:
- Acá aparece que la deuda es por una modificación que no está declarada-
- ¿Cómo que no está declarada? ¿Qué fecha da? – comenzó a dudar Carola sobre el trámite que estaba segura que había cumplimentado Enrique hacía tres años atrás, cuando ampliaran el quincho.
- Acá aparece desde noviembre del 2005- lo cual le cerraba certeramente que Enrique había dejado el trámite por la mitad y que ahora ni se acordaba ni siquiera de haber modificado el quincho, por lo que su incomodidad comenzó a transformarse en furia hacia su marido, la chiquilina de anillos de plata y el sesentón que aparentaba buscar un dato en la pizarra para esperarla a la salida de la Oficina.
- Pero. Escuchame… ¿Cómo es que no te avisan que es por una refacción?- dando un argumento inútil que no la salvaba de la real actitud que debía tomar, que se limitaba a cerrar la boca y hacerse cargo de la deuda pidiendo disculpas por la tardanza. La chica la miró como quien está frente a una ignorante que no termina de entender sus responsabilidades.
- Señora… Rentas no tiene nada que avisarle. A usted le han llegado estos reclamos desde el año pasado-
Carola pretendió justificarse:
- Sí, querida, pero te imaginarás que yo no tengo todo el día para venir a Rentas a hacer trámites- Evidencia sobre la cual la chica puso cara de que ése no era problema de nadie más que de quien habitaba esa casa, la había refaccionado, no lo había declarado y encima venía a entorpecer los trámites de las restantes personas que estaban esperando su turno.
Carola dio media vuelta, con la seguridad de haber dejado a la chiquilina de anillos de plata con la palabra en la boca, que sólo certificó que se alejara del mostrador para apretar el botón que indicaba en una pantalla que el número que seguía era el 42.
Y con esa seguridad de pertenecer al grupo de las mujeres de carácter, tropezó con una mochila que una señora a quien ella había querido acercársele para terminar la conversación con el calvo lujurioso,había dejado en el piso, y cayó desparramada, torciéndose el tobillo y diseminando los recibos que hubiese traído para taparle la boca a Santiago Montoya, siendo inmediatamente auxiliada por el galán sesentón, quien hasta que ella no se levantó del piso, no dejó de manosearle los brazos.

3 comentarios:

  1. Me hiciste escupir el teclado con el tè que estaba tomando. Teniendo en cuenta que dicho teclado ya habìa sido rociado con vino durante la discusiòn de Bàrbara con la tarada de Maura asì como durante la descripciòn del Juanito Laguna solicito se me informe que relatos son compatibles con la ingesta de lìquidos.

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  2. Veo que ninguno, mi querida Jenny, ninguno.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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Deberán mentir hipócritamente si estas historias no les gustan, so pena de esperar mi saludo en la cola del supermercado y ver con desesperación que doy vuelta la cabeza, repentinamente interesada en el precio de la salsa tártara