11 de abril de 2009

PRIMOS HERMANOS



Polo estaba en el fondo del colectivo con Guillermo Egaña, su primo menor, el hijo de Tula Arias Guevara. Habían pasado por la casa del abuelo Bernardo y mientras Antonia barría el zaguán y lustraba los bronces, ellos habían alzado la revista Gente que sus abuelos recibían y guardaban celosamente desde que el Doctor Arias Guevara decidiera no atender más en su estudio de abogado y dedicarse a viajar y a entretenerse con sus nietos.
En verdad, Polo era un tiro al aire, y aparentemente, estaba criado por Teté para ser Príncipe de Gales, lo cual al muchacho parecía no haberle sido advertido, dado que sus intereses distaban soberanamente de las pretensiones aristocráticas de su madre.
Era desprolijo, aniñado, y con un interés siempre alerta para el juego, el chiste, la broma pesada.
Tenía una especial predilección por Guillermo Egaña, seis años menor que él, con quien pasaba tardes enteras escuchando discos de Creedence y casi tomándole lección de las letras, los instrumentos, las circunstancias en las cuales los Fogerty habían lanzado tal o cual canción, lo que a Guillermo lo embrujaba y lo hacía suponer que era verdaderamente especial ya que un hippie e intelectual tan versado en rock n´roll se dignaba a escuchar música con él, que recién tenía trece años y todavía tenía que desarrollar vastas áreas de su cuerpo.
En cambio Polo, ya tenía barba y el pelo largo, salía con sus amigos hasta la madrugada, manejaba un Mehary y estudiaba en la Facultad, todo lo cual no impedía que el domingo, cuando la familia se reunía en casa de los Arias Guevara, él buscara la compañía de Guillermo y desdeñara la de Carola o las gemelas, que sólo parecían existir cuando lograba hacer enfurecer a Bárbara tirándole una araña de juguete entre las piernas, o que Verónica se quedara dos horas mirando para arriba esperando que bajara la muñeca que él decía haber mandado a la estratósfera mientras la escondía debajo del sillón de mimbre y se hartaba de reírse, mirando como la chiquita esperaba el milagro.
-Qué tremendo pelotudo – se resignaba la madre con gesto vencido, apoyada por todos menos por Tula, que agradecía el camino iniciático que estaba llevando a cabo con Guillermo, puesto que, básicamente, Polo era un buen chico.
Mientras, Polo alternaba sus salidas con mujeres con travesuras de escolar, promoviendo que Guillermo sintiera que la columna vertebral se le paralizaba a raíz de las carcajadas con las que festejaba cada una de las tácticas divertidas con que Polo parecía ensayar un modo de vida en el que hacer payasadas era tan vital como respirar.
Era capaz de entrar a un negocio fingiendo ser un loco furioso, o un retardado mental, caminar por la calle deteniendo a los peatones para saludarlos como si los conociera de toda la vida, y mandarles recuerdos a la familia, a quienes les inventaba nombres en el momento, en tanto que Guillermo quedaba extenuado de la risa, escondido atrás de un árbol. Aparentaba desmayarse, tener ataques de epilepsia en plena calle, caminar como espástico arrancando hojas de los árboles y llevándoselas a la boca para comerlas, y, según Guillermo después contara, sin dejar de sentir el mismo escalofrío en la columna al no poder terminar el enunciado sin largar una carcajada muda, hasta defecó dentro de un florero que adornaba el baño de la casa de una compañera de Guillermo que cumpliera quince años y a cuya fiesta entrara colado.
Pero lo que más deleitaba a Polo y consecuentemente a Guillermo, era tomarle el pelo al abuelo Bernardo, cuyo carácter era circunspecto y no contaba con el don de la paciencia, como patriarca familiar que fuera.
Amaba a sus nietos, pero había nacido en 1903, por lo que recrearse con ellos no pasaba más que por darles dinero los viernes, mirar con ellos televisión o enviarles al pasar un saludo de hombres ¿Qué dice, m´hijo? ¿Cómo le va?, y cada vez que alguno de ellos cometiera lo que para el Abuelo Bernardo no comulgara con sus buenos modales o su conducta de caballero, no trepidaba en darles un cachetazo o en echarlos de la casa como si fuesen indeseables ¡Váyase, m´hijo, váyase de acá! ¡Vaya a su casa a hacer esas cosas!, por más que “esas cosas” fueran travesuras inocentes de muchachos, que siempre lo tenían a Polo como mentor y protagonista.
Ese día, a sabiendas que la revista Gente era lo que los abuelos esperaban todos los jueves, Polo entró al zaguán, besó a Antonia que lo adoraba y lógicamente no iría a contar nada de nada, no sólo por muda sino también porque era la persona más discreta del mundo, y buscó el semanario que, impecable, esperaba que Antonia lo llevara junto con las franelas y el Brasso para adentro, de modo que todo el fin de semana los Arias Guevara leyeran alternativamente en el baño, o antes de dormir, una nota a algún personaje famoso. Desde la tapa, Patricia Fraccione posaba con una bikini roja.
Salieron casi corriendo de la casa de los abuelos, y se treparon a un colectivo que los llevaría a Tortuguitas, donde los esperaban para almorzar. Agitados, felices, riendo como criaturas, con la revista Gente hecha un tubo, ajando la cara perfecta de la modelo de la tapa, Polo comenzó a darle a Guillermo pequeños toques con la revista en la cabeza, mientras el otro intentaba arrancársela de las manos, lo cual logró después de forcejear con su primo, quien lógicamente, tenía más fuerza, por lo que la revista iba perdiendo lozanía a cada roce de las cuatro manos afanosas. Guillermo se enfervorizó de tal modo con el juego, que comenzó a dar revistazos a Polo imprimiendo a su brazo la misma fuerza que hubiera debido colocar para reducir a un maleante que quisiera violar a la hermana, por lo que Polo, atajando los golpes y comprendiendo que romperían definitivamente la revista, trataba de calmar el ímpetu desarrollado por el chico, quien reía convulsivamente y le decía insultos chocarreros ¡Puto, Bufarra, chota larga!
- ¡Pero pará, loco, pará! ¡Vas a romper la revista! – trató de llevarlo a la reflexión, viendo que ya la algarabía producida por el acontecimiento había sacado de la placidez habitual a Guillermo, y sería muy difícil llamarlo a sosiego.
- ¿Qué saben, boludo? ¡Les decimos que se la afanó Antonia!- y más retornaba Guillermo a desternillarse sólo con la idea de que Antonia pudiera ser acusada de nada en la casa de los Arias Guevara, siendo como era un dechado de honradez, y para colmo, que pudiera sacar una revista que quedaba en el revistero de cuero toda la semana.
- ¡Pará! ¡La estás haciendo mierda!- protestaba Polo, e intentaba solucionar el desastre que había originado con el impulso de la broma a Guillermo que recién estaba empezando a romper con algunas estructuras familiares a las que antes veneraba como a los diez mandamientos, todo lo cual lo enardecía y se creía dueño de todos los vientos que soplan en la tierra.
Cuando llegaron a Tortuguitas, la revista era un descosido ejemplar que más bien parecía una guía telefónica manoseada de Entel, tal fuera el final desgraciado de los revistazos que Guillermo diera a Polo ensoberbecido por la travesura y creyéndose Peter Fonda en “Busco mi destino”, convencido que divertirse con la Revista Gente del abuelo Bernardo era patear el tablero y crecer ilimitadamente.
Teté los vio llegar, con la revista hecha añicos, y abriendo los ojos desmesuradamente, como si los hubiese atrapado robando dinero de la casa de su padre, sólo comentó:
- El abuelo te mata- adjudicando a Polo la mano negra que hubiese perpetrado el ilícito – Vos estás loco, Polo. ¿Cuándo vas a madurar? – alejando a Guillermo de toda sospecha, mientras el otro todavía mantuviera la cara risueña y Polo intentara, como siempre hacía, cambiar de tema y pasar a otra cosa, puesto que faltaban por lo menos tres horas para que su abuelo decidiera matarlo con sus propias manos al notar la inutilidad actual de la revista.
Almorzaron, Polo hizo enojar a Bárbara empujándola a la pileta vestida, hizo llorar a Constanza vinculándola sentimentalmente con el hijo del jardinero, y regresaron a Buenos Aires para saludar a los Arias Guevara, no sin antes escuchar la reprensión que le endilgara Teté acerca de su comportamiento rotundamente fastidioso, el cual debería ser modificado a la brevedad puesto que estaba por cumplir veinte años, y aún se comportaba como un muchachito de trece, que Guillermo era más maduro que él, y ni que hablar de los hijos de China, los tres mayores, uno de los cuales tenía unos años más y estaba por recibirse de ingeniero agrónomo, tenía novia en serio e iba a casarse. Polo, en realidad, reconocía que su conducta era importuna, y ni se le ocurría compararse con sus primos mayores, ya que los admiraba en silencio. Pero sencillamente, no le parecía tan grave una diablura que se había ido de las manos.
Bernardo Arias Guevara los estaba esperando en la puerta.
Cuando los vio, lanzó una voz estrepitosa:
- ¿Vos me sacaste la revista Gente, Hipólito?- nombrando a Polo con su nombre de pila, lo cual no se ensayaba más que cuando la reprimenda era muy severa. Teté pasó a saludar a su madre, y dejó a Polo y a Guillermo con el abuelo, que los miraba como Júpiter Tonante a dos sapos despreciables.
- Sí, Abuelo. – respondió humildemente – Tome, acá está- y le extendió el ajado semanario desde el cual Patricia Fraccione parecía un dibujo mal hecho. Guillermo quiso hablar, pero no lo logró. En parte porque quedó paralizado con la voz del abuelo, en parte porque tenía horror de largar una carcajada al oír a un Polo completamente vencido que presentaba sus respetos, y en parte, por el orgullo que le producía estar viendo cómo el primo mayor se hacía cargo, él solo, de la conducta que lo hubiese tenido a sí mismo como ejecutor.
No pudo decir absolutamente nada, pero después de escuchar cómo el abuelo tildaba a Polo de ridículo y de irresponsable, augurándole futuro sólo como payaso en un circo de mala muerte, mientras él, con gesto manso mantenía la vista baja, Guillermo pensó que nunca, en toda su vida, se toparía con un hombre más cabal que Hipólito González Arias, su primo mayor.

5 comentarios:

  1. Y ahora que es de la vida de esos primos? No me parece que los augurios del abuelo se hayan cumplido...

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  2. No, claro que no. Ahora Polo tendría 54 años. su primo, 48, y no hay día que no lo recuerde...

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  3. Me encantó....me encantó....!!!
    YO JUGABA A LO MISMO QUE JUEGAN GUILLERMO Y POLO CON MI PRIMO, SALVO QUE CON LP DE LOS BEATLES!!!! debía saber todo sin equivocarme, era "la justa del saber" sobre ellos.
    me identifico con el nombre Guillermo, el apellido ya lo tengo.

    Carlos

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  4. enjugo lágrimas de amor... gracias gordis, te amo

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  5. Este cuento me encanta, es el que más me gusta de todos. Parece que estuviera viendo la revista, y hasta me imagino la cara que tiene Polo.

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Deberán mentir hipócritamente si estas historias no les gustan, so pena de esperar mi saludo en la cola del supermercado y ver con desesperación que doy vuelta la cabeza, repentinamente interesada en el precio de la salsa tártara