17 de mayo de 2009

CASTOR Y POLUX






Copete Arias Guevara estaba convencido de que, hasta el día de su muerte, tendría veintidós años. Se hubiera dicho, también, que algo muy grave habría sucedido como para que renunciara a madurar e inclusive a convertirse en el más acabado hijo mayor que el Doctor Arias Guevara proyectaba, por lo que, hasta que todos sus ancestros hubieron dejado esta vida, él se la pasó despertando a las once de la mañana, holgando impunemente, enfundado en una bata con dibujos chinos, pantuflas de pana, y con alguna mascota en los brazos, mientras se hacía servir el desayuno como si se tratara de un aristócrata trasnochado, o un púber en edad escolar.
Contaba a su favor, para vivir como un frívolo, con la adoración que tenía por él Mercedes Tyrrel, quien había considerado, con el nacimiento del primogénito, que el pequeño bulto blanquísimo que tenía al lado de su cama, en 1926, era un ángel del que su humanidad no juzgaba ser merecedora, por lo que hasta que él cumplió los cincuenta años y Mercedes partió de este mundo, lo estuvo mirando embobada ante cualquier imprudencia que éste realizara.
La primera infancia de Copete se cumplió mientras él y su hermano Quitito escuchaban cómo ambos padres los comparaban entre sí, sacando ventaja para el doctor Bernardo el hijo menor, y para la señora Mercedes el más grande, de modo que la responsabilidad extrema que siempre Quitito hubiera demostrado, para el Doctor Bernardo era loable; y para la Señora Mercedes cosas de amargado. Los hermanos eran tan diferentes como si hubiesen sido criados por distintas madres, pues todo lo que en Quitito era compromiso, severidad, austeridad y calma; en Copete era liviandad moral, fantochada, recreación y divertimento.
No obstante a lo que se podría suponer con estas prácticas reñidas con la paternidad eficaz que los Arias Guevara ensayaran con sus ocho hijos, los hermanos se adoraban. Más bien, Copete amaba a Quitito de un modo idólatra, y a pesar de que se había esforzado desde que éste se pusiera los pantalones largos para llevarlo alguna que otra vez de juerga a los clubes de los que era habitué, la cara sufriente del hermano lo hacía ceder frente a sus momentos de éxtasis, y se retiraba de allí apenas pasada la una de la mañana, para acompañarlo a la casa, con obsecuencia conmovedora, y regresar hecho unas pascuas a las mesas con amigos ocasionales a los que después pelaba jugando al póker con la astucia de un fullero.
Su vida fue un eterno fin de semana largo, y jamás sufrió del síndrome del domingo puesto que para él, un lunes o un sábado tan sólo diferían en que encontrara más o menos gente en el centro. Nunca se acostó antes de las cinco de la mañana y ni siquiera se sometía a un análisis clínico para no despertarse temprano.
A medida que la vida iba pasando, la familia iba variando consecuentemente. Ahora habitaban la vieja casa, la Señora Mercedes, Antonia y él, puesto que Machaca ya hacía rato que alquilaba un piso en la calle Juncal, Morita enviaba fotos desde Estocolmo y Blanca servía ahora en la casa de China. Sin embargo, él continuaba con sus costumbres de dandy, con pañuelito al cuello las veces que la ocasión no impusiera una corbata de seda o un smoking, y un vaso de whisky , sacudido lánguidamente por la mano aristocrática que jamás había usado para otra cosa que no fuera tomar la pinza del hielo o los naipes.
Rehusaba persistentemente a dejar la gomina y el albornoz con un ancla que utilizaba invariablemente cada vez que salía de la pileta, a la que llamaba cerrilmente piscina, frente a las carcajadas de sus sobrinos y de sus hermanas. Nunca manejó un automóvil, nunca dejó de hablarle de usted ni de llamar Mamita a la Señora Mercedes, nunca abandonó el hábito de quedarse parado al lado de la silla hasta que no se sentaran las señoras, ni aún de levantarse cuando alguna de sus hermanas regresara del baño en un restaurante, para acomodarle la silla, mientras ellas se burlaban brutalmente de él ¡ Che, qué antiguo sos, Copete, parecés Pedrito Quartucci en una película del año 50!!!.
Al llegar a los setenta años, Copete seguía siendo socio de los mismos clubes y vistiendo en James Smart, y aunque algunos de sus amigos ya habían muerto o se dedicaran a cuidar nietos, él continuaba en su tenaz oposición a envejecer y en verdad, había logrado despistar lo suficiente en cuanto a su fisonomía, pero su forma de comportarse era tan extravagante, que realmente parecía una caricatura, tal como le decían las hermanas.
El caso es que Copete Arias Guevara, días después de escuchar por teléfono a una de sus sobrinas que le anunciaba que su hermano Quitito había muerto, entró en un estado de melancolía tan patológico, que solamente la fidelidad de Antonia logró mitigar, puesto que lo asistió hasta la mañana en que murió, con el pecho subiendo y bajando en una respiración fatigosa, los ojos cerrados y una mueca de profundo dolor en sus labios, cada tanto humedecidos por lágrimas que iban rodando mansamente por su bella cara de moribundo triste.
Ella le abría las ventanas, le entregaba el correo, lo peinaba y hasta lo afeitaba para adecentarlo un poco, todo lo cual él agradecía con una mirada sumisa , para después tumbar su cabeza en las almohadas y cruzar las manos sobre su pecho hasta la hora en que Antonia le servía el almuerzo o el té, que compartía con él en un silencio quebrado por el sonido acompasado del reloj de pie del comedor y alguna que otra frenada que llegaba de la calle , que seguía viviendo atrás de los cristales del ventanal del cuarto.
A veces recibía las visitas de sus hermanas o de sus sobrinos, pero su abatimiento era tan profundo, que ni Machaca lograba sacarle una sonrisa, por lo que se iban cabizbajas, encomendándole a Antonia que les avisara de alguna manera efectiva, si la situación se modificaba, aunque fuera imperceptiblemente.
Una mañana, Copete consideró ,con una angustia cruel, que se moría.
Escuchó las voces de su infancia, el sonido del agua en unas vacaciones en La Falda, el ruido que salía del patio cuando en las navidades enfriaban el champagne en un fuentón de lata, percibió los olores de su primera juventud, los jazmines, el sudor de los caballos, el extraño aroma del tapete verde en el que jugó al póker por vez primera, recordó las caras de sus padres cuando eran jóvenes, el féretro ligero de Finita, el día en que, en Ezeiza, mustios y atontados por el miedo,despidieron a Morita, cuya imagen, para él, era la de una jovencita con el pelo lacio y largo hasta la cintura, volvió a verse regresando a su casa ebrio y despreocupado,cantando un dificultoso tango y golpeándose con los muebles.
De pronto, con un dolor lacerante, divisó nítidamente el cuartito de servicio donde se amaban con Antonia, y la llamó a su lado.
Ella acudió al sonido del timbre que Copete tenía al lado de su cama, secándose las manos con un repasador, y él, antes de que su vida se consumiera como una velita de noche, le tomó una de sus manos enrojecidas y ajadas, y musitó, mirándola con una ternura que Antonia jamás logró olvidar:
- ¿ Me perdonás, Antonia?-
Y Antonia Gonçalves, casi asustada de quebrar la decisión firme de permanecer muda que se hubiera jurado a sí misma allá en Misiones, para escaparse ya ni recordaba de qué, con una voz clara y juvenil,nacida de casi treinta años de silencio, provenida desde el centro mismo de su existencia oscura, acostumbrada a callar y a obedecer, respondió:
- Claro que sí, niño-

11 comentarios:

  1. Muy enernecedor este capítulo....que Antonia volviera a hablar en ese momento...ahora, él en algún momento supo que Blanca era su hija, o era por eso que le pedia perdón?...lo de Pedrito Quartucci, genial la imagen que usaste...

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  2. si recordás Recuerdos de Antonia, verás que creemos que Copete sabía bien que Blanca era su hija.... o tal vez le pide perdón por no haber vuelto a su cuarto.... no sé. Copete es raro....

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  3. Ortiz, es triste este cuento...y muy bello....es triste y bello ....y es un misterio como lográs emocionar....un final digno para Copete y Antonia...
    Lo has hecho de nuevo...dulcemente amargo, amargamente dulce...

    Killing, su fiel seguidor

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  4. gracias, Killing. Sabe qué? No la pasé muy bien haciendo este cuento...

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  5. Bellìsimo y triste, coincido totalmente con el comentario del anònimo Killing, este era EL FINAL para la historia de estos dos personajes, no podìa ser otro!
    Señora Wilt:sì, las imàgenes son geniales, casi me muero de la risa cuando vì la de Machaca (cuando lo tuve que releer porque la autora me retò, porque antes no estaba)
    Claudia:gracias otra vez!!Abrir tu blog y encontrar algo nuevo es como recibir un regalo.

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  6. es un regalo para ustedes, que son parte de mi vida

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  7. Me gusto mucho la imagen de "Su vida fue un eterno fin de semana largo" es una metafora muy actual y me mataron los nombres de los personajes!!!

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  8. Bueno... me alegro, Beren. Sabrás que Copete es el tío de la chica de ojos de tigre de Bengala

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  9. "Bellìsimo y triste", sí,humano, muy humano por lo mismo. Poesía en prosa? Vaya que si
    Muy bellamente tratado el tema. Y me da la impresión que sucede en las mejores familias.
    No quiero decir que en las peores no suceda.
    Este milagro es el coazón de nuestra expansión por el reino del amor.
    Un gran saludo Claudia.

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  10. Gracias, Pedro. Me alegra mucho que te haya parecido bello y triste, puesto que mientras lo hacía me invadía la pena por Copete y su mundo perdido
    Saludos para vos

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  11. Una belleza este cuento!! realmente me conmovio mucho por su ternura, realismo y humanidad. Quizá me llegó tanto porque yo tuve un tio con casi identicas características a Copete, tan real todo! bello el momento de la muerte con un repaso de todas las impresiones, percepciones y momentos de su vida que que le quedaron grabados.

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Deberán mentir hipócritamente si estas historias no les gustan, so pena de esperar mi saludo en la cola del supermercado y ver con desesperación que doy vuelta la cabeza, repentinamente interesada en el precio de la salsa tártara