9 de mayo de 2009

DE ESGUINCES Y CONSTELACIONES



Francisco se sentó en esa mesa arrinconada en el Bar de la Facultad. Si bien estaba cerca del baño de las mujeres y eso originaba que entraran y salieran más personas de las que él desearía, al menos no escuchaba conversaciones que no le interesaban, o chistes burdos que lo ponían de mal humor o lo dejaban con una sonrisa idiota en la cara, que ponía para no desairar al creador de la chuscada, que se revolcaba pegando manotazos en la mesa y apoyándose entre los brazos envueltos, como escondiéndose entre ellos por no soportar la risa que le causara lo que a Francisco Hirsch no le resultaba más que una onírica boca que movía sus labios y no decía nada.
Tampoco se veía obligado a compartir la mesa con condiscípulos que sólo pretendían, las más de las veces, pedirle fotocopias o, los más arrojados, que les explicara algún galimatías matemático a los que él era afecto y que parecía resolver como quien hace palabras cruzadas, lo cual, a la larga, le había sacado lustre de fenómeno intelectual entre la gente de Astronomía.
Mientras sorbía el té que le habían traído pelándose los labios (nunca había logrado beber té sin conservar durante todo el día una persistente molestia en la lengua), vio a esa chica que, siempre sola, caminaba como llevándose por delante todo lo que encontrara, pidiendo disculpas por una posible colisión con un fantasma. Era delgada y con ojos de tigre de Bengala. A veces, hablaba entre dientes. En general, parecía viviendo en una de las estrellas que estudiaba y normalmente, decía estupideces, tratando de anularlas con un gesto un poco encantador y un poco irritante no, no… nada…nada…. No obstante, cuando los estudiantes iban al transparente a buscar sus nombres y sus notas, ella siempre figuraba entre las primeras de la lista con notas rimbombantes como 98 o el llano y siempre sorprendente 100. Recordaba Francisco, inclusive, que al principio de la carrera, un ayudante de cátedra tuvo que declararse vencido frente a una discusión en que ella triunfara en el planteo de una hipótesis, cosa que, en vez de enorgullecerla, pareció avergonzarla, llegando hasta a tropezarse con la propia silla a la que retornara después de escribir extrañas fórmulas en el pizarrón que apoyaran su postura, diciendo con voz desmayada perdón… perdón….
Francisco Hirsch, se enamoró naturalmente de la chica de ojos de tigre de Bengala que hablaba entre dientes y pedía perdón por ganar discusiones teóricas, tropezándose con las sillas, por lo que esa tarde en que hubiera rendido el último parcial de la última cursada, vio que entraba al baño y su corazón se encabritó de tal modo, que supuso que el mozo había escuchado su latido urgente. Como tenía una inteligencia preclara y una timidez rayana en la cortedad de genio, Francisco comprendió con pánico que si esa misma tarde no le hablaba aunque fuera del clima, perdería todo contacto con ella, puesto que en seis años de facultad jamás habían cruzado una palabra, y no sabía ni su nombre, por lo que, además, no se necesitarían muchas luces para suponer que el destino sólo los reuniría tal vez en años. Y entonces, Francisco Hirsch esperó que saliera del baño, decidido a declararle el amor del que tuviera memoria desde hacía cinco años atrás. Sólo mucho después comprendió que lo suyo no sería sencillo, ya que Verónica Arias se había indispuesto y no había llevado ni toallas higiénicas ni tampones, por lo que su pantalón blanco mostraba una aureola colorada que trató de ocultar con un buzo color durazno que le prestó la cajera del bar, a la que tendría que devolvérselo inmediatamente porque en seis años de tomar café allí, jamás había visto ni saludado, y ahora, ante esa eventualidad biológica, sólo identificó por tratarse de un ser del sexo femenino y suponerla bondadosa, solidaria y fraterna. Y aunque la cajera sólo le extendió el buzo recomendándole, con notorio gesto de obligación, Me lo devolvés hoy, ¿no?, ella se sintió en armonía con el universo hasta que llegara su hermana Carola a quien había llamado por celular para que le llevara todos los implementos necesarios a fin de que saliera del baño vestida decorosamente y dispuesta nuevamente para ocupar su asiento en la Facultad de Astronomía hasta las ocho de la noche. De modo que Francisco Hirsch, sentado aledaño al baño de las mujeres, escuchaba transido de amor una conversación telefónica en la que Verónica urgía a su hermana, con insultos variados Traeme tampones, idiota… Me acaba de venir y tengo el culo que parezco un mandril… Sí… Y el jean que me dejé en tu casa… Sí,, el día que… sí…¿ lo lavaste?... ¡Bueno… Traeme uno tuyo que ése está meado… ¿Sos boluda? , intervenciones todas que lo hacían sonreír con ternura suponiendo que no había nadie más puro y encantador en todo el universo, que la chica que aparecía primera en los transparentes con notas llamativas, pero que, cuando hablaba, parecía tonta.
Desde su mesa avistó una camioneta desvencijada llena de niños de distintas edades de la que bajaba una mujer con los rasgos de Verónica pero con quince años más y un modo de caminar decidido y elegante que no se asemejaba absolutamente en nada a los trancos desmañados de la otra, que siempre se enredaban en una pata de una silla y la hacían tropezar y quedar desarticulada en una humillante caída, de la que se levantaba roja de vergüenza y con lágrimas en los ojos, mientras se frotaba un tobillo o una rodilla. Francisco siguió a la mujer con la mirada y la vio entrar como una tromba en el baño, del que salió después de mantener con Verónica una conversación plagada de risotadas y ruidos de elementos derribados torpemente.
Sintió que decididamente era hora de hablarle a la que había elegido como su mujer para el resto de la vida, y que si no la abordaba apenas saliera, era bastante probable que no lo hiciera nunca más, por lo que se irguió lentamente y se paró al lado de la puerta del baño, del que ella emergió con un pantalón diferente, pero que, al toparse sorpresivamente con un bulto humano, dio un alarido similar al que diera alguien a quien están tratando de robar en la salidera de un banco.
Él se disculpó, turbadísimo y con una necesidad imperiosa de volver el tiempo atrás, de modo de llegar al momento en el que se parara al lado de la puerta y le susurrara algo tan seductor como para desmayarla de deseo, pero lo único que se le ocurrió fue dar un paso atrás y tratar de recoger las carpetas que, en el impulso del salto habían caído al suelo, y que ella se empeñaba en levantar, pese a que la cartera colgada en el hombro le volviera una y otra vez hacia delante y le entorpeciera de un modo irritante todos los movimientos, además de volcar en el suelo nuevamente la cantidad innecesaria de elementos que contenía, un peine, un corrector, las llaves, dos espejos, un rouge sin tapa y un monedero con la estampa de Pucca. Qué boluda, perdoname… repetía casi compulsivamente, con una voz quebrada por el embarazo, que a Francisco le imponía un urgente deseo de abrazarla, acto que ejecutó de inmediato, pero de un modo tan brusco, que Verónica, agachada, fue a dar al suelo cercano de sus tacos altísimos, puesto que en la fuerza amorosa que imprimiera Francisco al rodear de brazos, uno de los tacones de Verónica se quebró, y la dejó sentada sobre las carpetas, el peine, las llaves y el monedero con la imagen oriental de Pucca.
Frente a la ridiculez de la situación, ella sentada en el suelo con una pierna doblada y un taco roto, tres carpetas con hojas desparramadas y los elementos de la cartera desperdigados por todos los rincones carentes de luz decente, él con los brazos aún anudados a sus hombros, y las caras cercanas, acudió uno de los mozos para ayudarlos, cosa que a ambos les produjo unas intensas ganas de morirse allí mismo o de desaparecer en el acto del mundo de los vivos.
Como es de esperar, el amor entre ellos se consumó a las dos horas y media de colocados uno frente al otro, ya que salieron del bar, él abrazándola y ella rengueando, no sólo por el taco roto sino también por un intenso dolor en el tobillo por uno más de los esguinces que hubo de soportar durante toda su larga vida en la que, momentos como ésos proliferaron uno atrás de otro, casi sin solución de continuidad.
Acaso, más que en la tierra, cuya gravedad la atraía casi con exclusividad entre la mayoría de sus habitantes, Verónica debería haber vivido en algún sistema solar en el que caerse, llorar por la caída, romperse un taco y esguinzarse un tobillo, no fueran necesarias condiciones que llevaran a encontrar el amor de su vida en un pasillo oscuro que lleva al baño de mujeres en un bar.

22 comentarios:

  1. Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh!!!! Verónica es La Maga............ La amo tanto! Que suerte que encontró a Francisco y no a Oliveira

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  2. a medida que leia este capitulo de las Arias, (que me encantó por todos esos minuciosos detalles que componen la escena y que me divirtieron mucho), y recordando los anteriores, tambien la relacioné con La Maga.
    Pero no, porque La Maga iba a tener un destino trágico, se encuentre o no con Oliveira, en cambio Veronica sólo puede ir por la vida feliz, en su planeta, esté con Francisco o no. Y para compartir ese planeta hay que ser un poco como ella,.... y por eso... Francisco y no Oliveira.

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  3. Está bueno. La maga está sola, además. Esté o no con Oliveira. Verónica tiene a todos los Arias atrás.

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  4. Bueno, me siento minusvàlida acà comentando,porque
    no leì Rayuela...
    A mi tambièn me divierten los detalles,(Con el tè me pasa lo mismo)
    Muy tierna la espera de cinco años para hablarle!

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  5. en realidad, querida Jenny, habían de ser otros que recordaran ese estar en el mundo de la maga.Yo, ni me lo acordaba

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  6. "pidiendo disculpas por la posible colisión con un fantasma..."
    Ortiz, ud cada día escribe mejor!!!
    me encantó la turbación de Francisco...me identifico bastante

    La saluda respetuosamente,
    Juan José Killing....( y su catarata de exitos)

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  7. Gracias, gracias, Killing. Sus comentarios me estimulan de un modo dionisíaco

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  8. Me agrada mucho la manera de retratar de manera tan precisa, pero a la vez subjetiva y con toda su eventual contingencia hechos tan cotidianos, pero a la vez con un dejo de sincronías y un aire muy ameno. En definitiva, un aplauso e insisto, un placer leer.

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  9. Ah, me olvidaba...cuando apareciò Carola me di cuenta de que ya es imposible no imaginarla con tu cara!

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  10. Oh, shit!
    Era justamente lo que no quería.... ¿ Por lo de camioneta desvencijada llena de niños? ¿O por el caminar elegante y decidido???

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  11. Jaja, ninguna es correcta! En realidad viene de los anteriores, eso quise decir...y acà tampoco hace nada para borrar esa imàgen...bueno si eso era lo que no querìas por algo serà...chan!
    Tiene soluciòn, creo que todavìa no sabemos a que se dedica no? Y si la mandàs a trabajar en la campaña de De Narvàez?

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  12. perra!!! leé Machaca Arias Guevara que ahí dice a qué se dedica!!!!!

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  13. Interesante tu blog, te seguiré muy de cerca. Suerte.

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  14. pppppero yo estudiè!!!!!!!!!!

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  15. Tengo un instituto de Inglés

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  16. http://www.estudiapublicidad.com/concurso.php?unique_id=519564ecdd010312bf8e1ccce7f5dd8f

    voten al hijo de la genio.

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  17. A veces el universo conspira para que ciertas cosas ocurran y otras nunca, para que ciertas personas se conozcan y otras no. Yo quiero conocer a la chica de los ojos de tigre de bengala, no porque vaya a enamorarme, sino mas bien para ver si tiene la capacidad de hipnotizar como lo hacen los felinos con sus presas.

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  18. Mmmmh.... No creo, Beren. Más bien vive hipnotizada....

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  19. tus cuentos son muy buenos, de verdad!

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  20. gracias, Mecha. Tu nombre me hace pensar en una Arias. Veré dónde te pongo. Gracias!!!

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  21. Definitivamente..... si el amor es un tropiezo...quiero esquinzarme YAAAAAAAA. Adorable...adorable....empiezo a creer que existe

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Deberán mentir hipócritamente si estas historias no les gustan, so pena de esperar mi saludo en la cola del supermercado y ver con desesperación que doy vuelta la cabeza, repentinamente interesada en el precio de la salsa tártara