2 de abril de 2010

EL DEDO EN LA BOCA


Quien no haya escuchado con once años el relato de un Juez Penal acerca de un crimen sucedido veinte años atrás, no sabe lo que es el miedo.
Mi padre, a pesar de ser Juez, era pobre. Por lo tanto, nuestras vacaciones dependían en su mayoría, de las dádivas de algunos parientes ricos o de algunos amigos.
Ese año, fuimos a pasar unos días a un departamento en Necochea que alquilaban unos amigos de mis padres, en el que, además de sus cuatro hijos, estábamos nosotros, que éramos cinco, y una amiga de los matrimonios, que siempre regresaba de la playa al grito de "¡Yo primera!", y se abalanzaba sobre la puerta del baño, cosa que mi madre nunca perdonó y es el día de hoy que lo recuerda, aunque han pasado ya casi cuarenta años. Su recuerdo viene sazonado, además, por un comentario entre dientes "mhhh, qué antipática".
Las noches en el Departamento eran gloriosas. Nos apretábamos ocho chicos en cuatro sillas y accedíamos a escuchar las conversaciones de los adultos, que en ese entonces, eran interesantes.
Una noche, Beto Uhalde, el anfitrión amigo de mi padre y que compartía con él la profesión de Juez, relató algo que me mantuvo en vilo y con la boca abierta durante toda su elocución, que iba demorando con ojos taimados para que su fin tuviera un efecto a lo Poe.
Era un ladrón que había entrado en un campo durante la noche, y había sido sorprendido por su dueño en medio de su fechoría, por lo que el ladrón lo pasó a mejor vida con un escopetazo en el pecho.
La descripción de Beto era escalofriante, porque incluía todo lo que un muerto por" arma de fuego", (incorporaba términos de las pericias que hubiera leído, con toda frescura, y yo me retorcía en la silla de terror con lo anodino del vocablo), podía atraer.... hueco sangriento, manos agarrotadas, caída hacia atrás por la fuerza de la bala....
Pero de pronto, contaba Beto, él mismo había mirado agachado al occiso con detenimiento y le había comentado al Comisario:
- ¿No le ve un gesto raro?-
-¿ Qué gesto?!- tercié yo, seguramente con los ojos más abiertos que nunca y con un escalofrío de horror
Y él (no lo olvido) extendió en una sonrisa sin júbilo sus labios y cerró los dientes recreando para mí una calavera, con una sola palabra:
- Así - y quedó un rato con el gesto, mirándonos a todos. Mi padre me aterrorizó mucho más con su intervención aclaratoria:
- Claro... el "rictus mortis"
- Exacto- aceptó Beto, y luego siguió - Cuando le abrimos la boca entre tres personas, porque ya estaba rígido, le encontramos... un dedo -
Mientras yo creía que Beto Uhalde se me aparecería esa noche con el dedo del ladrón en la boca y el rictus mortis de sonrisa de calavera, mi padre agradeció el dato:
- ¡Qué prueba! ¡ Las huellas dactilares!-
Eso fue el colmo.... Imaginé un séquito de policías que le tomaban huellas dactilares a un dedo solitario, cercenado de la mano de su dueño, y casi creo que comencé a llorar.
Que finalmente lo encontraron escondido tras unas totoras con una mano envuelta en una toalla sangrienta no fue para mí más aterrador que imaginar a un hombre que está por morir, y sin embargo, tiene la fuerza violenta de morderle un dedo a su asesino.

2 comentarios:

  1. Genial Claudia!!, pero no me dio miedo, ni impresión, esta vez me cague de risa, y se, que es un hecho real, pero cuando te imagino escuchando la historia que contaba Uhalde, solo podía reírme.. por favor decime que ese era el fin de este cuento, si es grave para mi, voy a sentir que no soy una buena lectora de tus escritos..
    Gracias Clau, como me gustan leer tus cuentos!!.
    Claudia Graziosi

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  2. noooo, está muy bien, reina.... los adultos solemos cagarnos de risa con amor de los terrores de los chicos ajajajajajaj!!!!

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Deberán mentir hipócritamente si estas historias no les gustan, so pena de esperar mi saludo en la cola del supermercado y ver con desesperación que doy vuelta la cabeza, repentinamente interesada en el precio de la salsa tártara