19 de abril de 2010

LOS ENCANTOS DE BRAMOSO


¿Quién puede imaginar a Jorge Luis Borges, deseando con fruición tocar a una mujer que lo provoca sólo con su nuca vista desde atrás?
¿ Quién supone posible la mirada entornada del amante en los ojos de José de San Martín?
¿ Quién se atreve a bajar a Carlos Gardel del pedestal de la Chacarita, para situarlo en la vida real, persiguiendo una sombra que lo envicia y le impide el canto y la filmación de películas con Tito Lusiardo?
Yo hube de tener ésas y mayores decepciones en la vida el día en que mi padre me contó, bajo el tilo de la quinta patriarcal en el que nos sentábamos a tomar un jerez con almendras en los mediodías de los años ochenta, su primera declaración de amor.
Lo imagino con la misma cara de la foto de comunión, con la gomina acucarachándole el pelo negro y los ojos vivos de futuro agnóstico, salvo que al compás de "Nieblas del Riachuelo", y con un guardapolvo almidonado por las manos generosas de mi abuela y las órdenes de pertenencia al saber enciclopédico de mi abuelo.
Lo imagino mirando la nuca de la niña que en esos momentos en que él se sentaba atrás de ella, al modo sarmientino de las estampas antiguas, bajaba la cabeza virginalmente para pintar un mapa, mientras mi padre se deshacía de deseo y no encontraba el modo de hacérselo saber, lo cual parecía, para él, más que imperioso.
Y la ternura del ensueño se quiebra en una carcajada incrédula cuando revivo el ceño adusto y el alma en vilo de aquel niño que suponía que en el papel en el que le escribió : " Che, Bramoso, te invito a la salida a ver una perra con tetas gordas", iba a desmayarla de inflamado deseo, acompañada de cierta tirria hacia Delia Bramoso, quien, para cortar toda relación con el temerario Don Juan, le contestó, por la misma vía y sin siquiera cambiar el papel, como si se tratara de un ejercicio lúdico de escritura surrealista:
" Che, Ortiz, no seas asqueroso"

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Deberán mentir hipócritamente si estas historias no les gustan, so pena de esperar mi saludo en la cola del supermercado y ver con desesperación que doy vuelta la cabeza, repentinamente interesada en el precio de la salsa tártara