4 de octubre de 2009

EL DESENGAÑO DEL SEÑOR VERGARA



El Señor Vergara nació con una tara severa.
Desde que empezó a hablar, tuvo razón.
Esto lo alejaba permanentemente de su prójimo, puesto que, no solamente la tenía, sino que, además, la divulgaba. Y si esa verdad hería a quien discutiera con él, era muy probable que el Señor Vergara hubiera de tachar de su agenda ese nombre, puesto que el herido en cuestión, dejaba de saludarlo.
Su vida fue más o menos un salto de la dicha al infortunio toda vez que sintiera en la punta de la lengua que la razón lo invadiera, y se viera obligado por una fuerza inconmensurable a echarla de su boca como si fuese un escupitajo que es imposible de tragar por buena salud y decoro.
Claro está que sólo él sabía que tenía razón, por lo que mal podían los otros suponer que lo que estaba alegando Vergara, era la más pura certeza de toda verdad. Si lo hubiesen sabido, no solamente no hubiesen discutido con él sino que además, hubiesen ido a su casa en romería, con el objetivo de hacerse aconsejar acerca de cosechas, naipes, martingalas y futuros nacimientos. Y de ese modo, la soledad con la que contaba Vergara, se hubiese reducido al menos en el horario de consulta de los supuestos fieles.
Vergara no tenía el más mínimo impedimento en decirle a su madre que era una prostituta, a su padre que era un inútil, a sus hermanos que eran tres retardados mentales que no servían para nada y a sus cuñadas que eran tres arpías mal peinadas.
Tampoco trepidaba en decir que los maestros eran una manga de iletrados, el intendente, un zafio y hasta el ordenanza del edificio municipal, un olfa.
Todo eso que decía Vergara era verdad, pero las verdades más tristes que pronunciaba eran las que se referían, más que a las características, a las conductas o a las intenciones que albergara su entorno.
Así, Vergara se pasaba la vida catalogando las conductas de los otros, mientras nadie hablaba de él puesto que, como siempre la razón lo acompañaba, nada de lo que hacía estaba fuera de lugar ni despertaba ni siquiera la atención.
Vergara jamás se había equivocado, y en eso se destacaba de sus semejantes.
En lo que fue igual a todos, fue en su muerte.
Un día de abril, Vergara entró en coma, y murió lentamente en su cama de soltero de la casa de sus padres.
Sintió un tirón en el cuello, un pellizco muy leve en las vértebras, y de pronto, sintió que el sueño lo vencía, entrando en su dulce molicie sin despertar ya más.
El caso es que cuando murió, y mientras escuchaba los comentarios de sus deudos que lloraban sus despojos en el ataúd, comprendió como quien de pronto encuentra que toda su vida llamó blanco al color negro, que estaba entrando al paraíso, el cual siempre había sido negado por él como una superstición vana y embrutecedora del racionalismo puro que enaltece a los hombre sabios

8 comentarios:

  1. fabuloso...
    Yo,Sr Killing, lo garantizo

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  2. Tiene un dejo a "Funes el memorioso" de borges.

    Saludos!

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  3. Por qué se llama Vergara? Está muy bueno el cuento pero el dato del nombre remite vulgarmente a partes pudendas que, a veces, poco tiene que ver con la racionalidad del Sr. Vergara.
    Felicitaciones, es digno de presentar en la próxima Feria de Albarracín.

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  4. No sé... se me ocurrió Vergara.... ¿ Usted por qué lo remitió allí?

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  5. Me halaga, Sr. Zorro, pero Vergara nunca tuvo razón, en realidad, y menos memoria

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  6. Claro, haciendo uso de la razón no se divulgan tan alegremente ciertas verdades, igual le tocó el paraiso, muy bueno!

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Deberán mentir hipócritamente si estas historias no les gustan, so pena de esperar mi saludo en la cola del supermercado y ver con desesperación que doy vuelta la cabeza, repentinamente interesada en el precio de la salsa tártara