23 de marzo de 2009

DIÁLOGOS PSERIÓNICOS(ACERCA DE LA MALDAD)


MANUSCRITO (circa SIGLO IV A.C) HALLADO EN UN VIEJO TONEL DE VINO EN LAS RUINAS DEL SOLAR VERANIEGO PERTENECIENTE A EMPERNIS DE MILETO, FAMOSO SOFISTA ATENIENSE.


Pserión: Me pareció oír, Oh, Culiambris, que en el banquete en la casa de Empernis discurrías acerca de la maldad femenina.

Culiambris: Oh, sí. No he visto en todo Atenas una fuente de mal que se asemeje a la perfidia que esconde el pecho de una mujer.

Pserión: Sin embargo, y de acuerdo a lo que dices, las conoces, por lo que desprendo que has vivido cerca de ellas. Luego… ¿No es insensato el hombre que repele la maldad y sin embargo, vive con ella?

Culiambris: Veo que no te equivocas en tus disquisiciones siempre acertadas, pero la maldad resuelve vivir en las alimañas, o en las diosas caprichosas que engatusan a los hombres, o en el mar correntoso que despedaza los navíos hacia las peñas. No veo que toda ella, en su aparición extensiva, se apropie sólo de una mujer, a la que los dioses no han dotado de todas las virtudes, puesto que son exclusivamente las que preparan a los hombres ya para la guerra, ya para el ágora.

Pserión: Dices bien, pero entonces, tu enunciado…. ¿No se contradiría enteramente con lo que has aseverado antes, que en todo Atenas no has visto más que males escondidos en el pecho de una mujer?

Culiambris: Lo he dicho, sí. Y lo que pienso, en verdad, es que sólo oculta mal, pero la maldad en sí, con sus consecuencias nefandas que ofenden a los oídos de los sempiternos dioses, entiendo con claridad que
no se ofrece en su ilimitada prolongación sólo en ellas.

Pserión: ¿Dices que la maldad se presenta en otros seres que no sean sólo mujeres?

Culiambris: Sí, en efecto.

Pserión: ¿Y qué otros seres has encontrado en Atenas que contengan en sí la maldad en su vasta amplitud?

Culiambris: Deberé invocar a Mnemosine, la diosa que asiste a quienes la áspera edad trastorna el juicio y la memoria, puesto que necesitas entes con existencia que se encuentren en la Naturaleza. Veo que no te basta con las aladas palabras que Zeus mismo ha puesto en mi boca, y que encubres un espíritu desconfiado. Pues, los alacranes que emergen de las piedras toda vez que nos sumergimos en el río, contienen en sí la maldad, cuya ilimitada abundancia obligó al anciano Heráclito a no regresar jamás al río en el que nadara con extraños movimientos, fruto del veneno inoculado por tales sabandijas; las sierpes que se enroscan con persistencia en las sandalias, y aún en las grebas de los guerreros que buscan la areté con valiente pecho; las heces de los animales salvajes, y aún de los perros que acompañan saltando alegremente a sus amos, mientras el caminante pisa la cálida boñiga y arroja de sus labios un juramento.
Ésos son ejemplos tangibles, del mundo inmanente, cuya malignidad es aún mayor que la que se esconde en el falso pecho de una mujer.

Pserión: Tus palabras no son necias, Oh, Culiambris. Pero carecen de razón. ¿Compararás a una mujer, que alberga en sí tanto a mujeres, como a hábiles sabios o valientes guerreros, con un sorete de perro?

Culiambris: Las tuyas sí lo son, o al menos aparentan serlo. ¿Cómo es posible, Pserión, que deba repetir una y otra vez los dichos que acabas de escuchar? ¿Es que los dioses te han ensordecido a fuer de enviarte pensamientos abstrusos cuyo intríngulis no llegas a abarcar? ¿Es que acaso, te ha abandonado la sensatez y la razón, y te has convertido en repugnante sátiro que corre presuroso en el cortejo dionisíaco, dando topetazos en el aire, hasta llegar a la cumbre del Monte Ida y precipitarse sin remedio para hallar una muerte horrible, en medio de los peñascos? ¿O es que un dios te nubló la mente y sólo hallas vana espuma en el oleaje correntoso de mis palabras?

Pserión: Veo que no comprendes, Culiambris, que el hábil varón que dialoga, debe guardar la compostura cuando el contrincante es más afanoso en sus argumentos. Tus dichos son desatinados cumplidamente, por lo que ahora veo con claridad la razón por la cual Empernis se ve forzado a servirte más vino en los banquetes que ofrece en su casa: Es sólo para que no hables, y tus disparates no hallen eco en los jóvenes que acuden a la Academia. No porque carezcan del bien que acaricia los oídos de los dioses, sino por la majadería que descansa en ellos.

Culiambris: Empernis me sirve vino en las cráteras puesto que todo él es ejemplo de liviandad y de simpleza. Así como los ciervos empujan las copas de los árboles cuando sus cornamentas se han enredado en sus ramas caprichosas, y pese a las heridas, continúan con sus empellones cornudos, así Empernis insiste una y otra vez en servir el vino de sus toneles a sus huéspedes, de tal modo que cuando la Aurora de rosados dedos se levanta en la tierra de los mortales, su casa semeja un campamento de guerra,¡Tantos son los cuerpos que yacen desparramados en el suelo, entre vómitos y excoriaciones que luego no se reconocen como propias!

Pserión: Igualmente, Oh, Culiambris, quien más prontamente comienza a aplaudir los dichos de los sabios varones apenas comienzan a transitar en la Retórica, quien más comienza a elevar la voz gritando sandeces sin ton ni son, a pesar de ser acallado por los presentes, quien más se cree infundido del bello canto de las piérides, ése eres tú, aunque nadie te escuche a causa de tus atroces graznidos.

Culiambris: También tú te has mostrado tumbado en casa de Empernis sollozando en medio de tus desechos, oliendo a basural, mientras los preclaros varones aún no han finalizado la cena. ¿Crees que mis palabras son necias, aquí en las calles de Atenas, cuando me atrevo a aseverar que jamás me has escuchado estando sobrio?

Pserión: En efecto, sí. Pienso que no te he escuchado seriamente nunca, puesto que cada vez que hablas, lo haces con desatinos que no encuentran razones tan siquiera en la organización de las frases.

Culiambris: ¡Oh, Pserión! Ojalá que el Cronión no esté observando cómo te calzo este mamporro en medio de tu fea faz de Sileno, de modo que el golpe te desfigure y te haga sentir que tu alma ha atravesado la barrera de los dientes y se ha precipitado al Hades, donde atravesará la manizquierda y llegará directamente al Tártaro, lugar de suplicio de aquellos que no han aceptado las leyes de Zeus mientras moraban en la Tierra.

Pserión: Anímate, Culiambris, y encomiéndate a las divinidades menores que te amparan la beodez y la necedad, puesto que he de devolverte uno a uno los puñetazos, de modo que no quede diente sano en tu boca, factoría de idioteces que no convienen a los mortales.

Culiambris: Así sea. Y tú, antes de recibir los sopapos que harán de ti un guiñapo sanguinolento, encomiéndate a tu madre, de cuyo vientre no puedes estar orgulloso.
¡Oh, Destino de los seres venenosos!
Muy insensato es el hombre que riñe con su amigo para torcer su razón, ya que sólo gana perderlo, llegando a engrosar la lista de aquellos a los cuales esquivar en el mercado y los banquetes, puesto que cruzarse con él significaría dar y recibir lances que sólo avivarán la cólera que recordaría la última querella.

1 comentario:

  1. Qué hija de puta.
    Conocés a Platón. Lo conocés de memoria.
    No lo había leído. Es buenísimoooo!!!!

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Deberán mentir hipócritamente si estas historias no les gustan, so pena de esperar mi saludo en la cola del supermercado y ver con desesperación que doy vuelta la cabeza, repentinamente interesada en el precio de la salsa tártara