Ingresar a la Secundaria no fue para mí tarea fácil.
Durante los tres años en que fue un territorio anhelado, sólo accesible para mi hermano y los chicos que se calzaban un traje para transitarla, fue un lugar ideal, en el que suponía instalarme con la mayor soltura, emanada seguramente, de la experiencia de la vida que había ya sido alcanzada por el Club de Remo, los asaltos en la casa de Espartaco Sarramone y la revolución hormonal que todos los de mi especie iban sufriendo.
El impacto de entrar casi de noche en la misma escuela en la que el Señor Bernabé nos enseñaba con un verso la acentuación de las esdrújulas En el tiempo de los apostoles, los hombres eran barbaros, se subían a los arboles y se comían los pajaros, incorporando al diccionario cuatro palabras que carecían de significado si no se acentuaban, fue tan enorme cuando ingresé, que percibí que todos mis compañeros eran gigantes y yo liliputiense.
Con el correr de los días, esto se agravó severamente cuando la Señora de Lier me llamó al frente sorpresivamente para que explicara qué era una recta. No me resultaba de ningún modo posible exponer nada de lo que no había existido jamás una lectura previa, por lo tanto, el uno que me llevé fue suficiente como para comprender que en la Secundaria se estudiaba, y no bastaba con saber que una recta era una línea dibujada sobre la hoja Rivadavia.
Hoy creo recordar, no sin espanto, que le contesté que una recta era una raya.
Por otro lado, mis amigas queridas, con las que en el Club habíamos soñado sentarnos cerca y conversar con risotadas toda la mañana, habían decidido no dirigirme más la palabra, por lo que lo mínimo que me podía pasar en ese año aciago, fue ser infelicísima y esguinzarme un pie en la calle mientras llevaba a mi hermana al Jardín de Infantes, síntoma de angustia éste del que me desquité con la pobrecita, dándole un cachetazo en la cabeza, mientras le recriminaba Por tu culpa!
Sin embargo, la presencia de Margarita en mi vida convirtió ese camino gravoso en una aventura de todos los lunes, en que me narraba con toda precisión las películas a las que había asistido junto a su novio.
Y mientras yo esperaba con angustia que la Secundaria fuera a someterme una vez más a algún evento en el que se probara que podía sortearlo con éxito aunque me costara la vida, ella, atrás de la mesada que dividía la cocina del comedor diario, demoraba mi partida contándome cómo la Mary se había puesto su vestido de novia arriba de una prohibida desnudez y había apuñalado nada menos que a Carlos Monzón.
Durante los tres años en que fue un territorio anhelado, sólo accesible para mi hermano y los chicos que se calzaban un traje para transitarla, fue un lugar ideal, en el que suponía instalarme con la mayor soltura, emanada seguramente, de la experiencia de la vida que había ya sido alcanzada por el Club de Remo, los asaltos en la casa de Espartaco Sarramone y la revolución hormonal que todos los de mi especie iban sufriendo.
El impacto de entrar casi de noche en la misma escuela en la que el Señor Bernabé nos enseñaba con un verso la acentuación de las esdrújulas En el tiempo de los apostoles, los hombres eran barbaros, se subían a los arboles y se comían los pajaros, incorporando al diccionario cuatro palabras que carecían de significado si no se acentuaban, fue tan enorme cuando ingresé, que percibí que todos mis compañeros eran gigantes y yo liliputiense.
Con el correr de los días, esto se agravó severamente cuando la Señora de Lier me llamó al frente sorpresivamente para que explicara qué era una recta. No me resultaba de ningún modo posible exponer nada de lo que no había existido jamás una lectura previa, por lo tanto, el uno que me llevé fue suficiente como para comprender que en la Secundaria se estudiaba, y no bastaba con saber que una recta era una línea dibujada sobre la hoja Rivadavia.
Hoy creo recordar, no sin espanto, que le contesté que una recta era una raya.
Por otro lado, mis amigas queridas, con las que en el Club habíamos soñado sentarnos cerca y conversar con risotadas toda la mañana, habían decidido no dirigirme más la palabra, por lo que lo mínimo que me podía pasar en ese año aciago, fue ser infelicísima y esguinzarme un pie en la calle mientras llevaba a mi hermana al Jardín de Infantes, síntoma de angustia éste del que me desquité con la pobrecita, dándole un cachetazo en la cabeza, mientras le recriminaba Por tu culpa!
Sin embargo, la presencia de Margarita en mi vida convirtió ese camino gravoso en una aventura de todos los lunes, en que me narraba con toda precisión las películas a las que había asistido junto a su novio.
Y mientras yo esperaba con angustia que la Secundaria fuera a someterme una vez más a algún evento en el que se probara que podía sortearlo con éxito aunque me costara la vida, ella, atrás de la mesada que dividía la cocina del comedor diario, demoraba mi partida contándome cómo la Mary se había puesto su vestido de novia arriba de una prohibida desnudez y había apuñalado nada menos que a Carlos Monzón.
Me gustó mucho! que bueno volver a leerte
ResponderEliminarQue lindo que alguien que fue mi primera amiga en el jardin, se acuerde de mis asaltos, por eso gran joda para mis 50 año con musica de esa epoca hermosa
ResponderEliminarESPARTACOOOOOOOO!!!! Tus asaltos eran lo más importante de la vida!!!
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