Bárbara Arias era una mujer irascible.
Desde chiquita contestó siempre de mal talante tanto a algún precipitado que dijera lo que a ella no le pareciera oportuno, como a todos aquellos que quisieran halagarla, acariciarla o cruzarse en su vida.
Constanza, su gemela, era su versión sonriente, y a veces bromeaban las hermanas diciendo que ambas eran una misma persona, cada cual con los defectos o virtudes por separado. Si bien acaso fuera la más entrañable, los desplantes cuyo mal carácter le originaba, forjaban que la convivencia con ella fuera francamente imposible, porque además, tenía todos los vicios colaterales de la ira: rencorosa, mal hablada, escandalosa, insolente y con la delicadeza de un perro rabioso.
De modo que lo que el tío Evaristo, esposo de Tula, alguna vez le dijera, al depositarla en el suelo después de recibir un cabezazo en el mentón que lo hiciera morderse y sangrar la lengua, Esta chica es una araña pollito, fue siempre festejado por la familia ya no sólo para describirla cuando de ella se hablaba, sino, muchas veces, para mortificarla y también para condescender frente a esa cólera como método, que mantenía hasta mientras dormía, dado que su bruxismo le había limado prácticamente la dentadura entera.
En el fondo, a las hermanas y a sus maridos, esto los divertía, y finalmente, amaban a Bárbara con sus debilidades, por más impresentable que fuera.
Verónica, que era la menor de las cuatro, hubo de soportar durante toda su infancia no solamente que se dirigiera a ella como quien tiene tratos con un ser inferior en la escala evolutiva, sino también mordiscos, pellizcones o empujones, toda vez que algo que hiciera la chiquita irritara a la hermana, por más que ese algo se tratase de tardar en atarse los cordones de las zapatillas o contestar alguna bobada.
Sus padres arribaron a los años 80 con una adolescente malhumorada, con notas constantes en su cuaderno de comunicaciones que los alertaban sobre las faltas de respeto que Bárbara infligía a sus profesores del Colegio, o conversaciones telefónicas con madres indignadas de sus compañeras quienes la acusaban de maltratar a sus hijas no sólo con palabras sino con hechos brutales. Y cuando los padres la increpaban sobre sus conductas, Bárbara cerraba la boca con tal cara de furia, que Quitito terminaba dándole un cachetazo y jurándole que no saldría en tres meses a la calle o que la metería pupila en el Convento del Buen Pastor, que para los Arias, cuyo anticlericalismo era masónico, significaba más o menos llevarla a la Cárcel de Ezeiza y dejarla en el pabellón más ignoto, sin visitas y a pan y agua.
Bárbara se casó joven y embarazada de su primera hija Sofía, con Santiago Miralles, un compañero de la facultad, un joven silencioso y sufriente que alcanzó a recibirse de veterinario, tener dos hijas más con ella y huir despavorido frente al furor que agrió mucho más el carácter de su mujer cuando ésta comprobó que era tan fértil que en dos años y medio tenía tres hijas y una carrera universitaria por terminar recién el día que las niñas ya se pudieran maquillar solas.
Él, en cambio, hizo una brillante carrera atendiendo caballos en Haras de jerarquía y consolidó su segundo matrimonio con una mujer dulce y tan suave que parecía aletear antes que caminar, por lo que Bárbara, sangrando por la herida, repetía cada vez que sus hijas hablaban de ella Y…. si es retardada…
Por lo tanto, a partir de la soledad en la que se encerró y de los conflictos que le aparecieron para terminar la carrera, trabajar y criar a sus hijas, el carácter de Bárbara se fue exacerbando en la diatriba, la réplica inmediata, el insulto procaz, y hasta contaban los Arias que en una ocasión hizo escapar corriendo a dos rateros que la atajaron en el portón del garaje de su casa puesto que casi los atropella en una maniobra suicida pero de tal eficacia que, de haber sido efectiva, hubiese sido procesada por homicidio culposo.
No obstante, Bárbara amaba a sus hijas, y si bien era tan exigente con las niñas que una de ellas se comía las uñas hasta hacerse sangrar los dedos, otra tartamudeaba ligeramente cuando estaba tensa y otra no había logrado hablar con ella tres minutos sin llorar, el amor por ellas era lo que la mantenía aferrada a la tarea de vivir, y lo que justificaba que se deslomara trabajando en su Veterinaria a veces hasta las once o doce de la noche.
Sus hijas, sus hermanas y los animales eran lo único que a Bárbara le arrancaba una sonrisa. Todo lo demás, carecía para ella del esfuerzo por recordar su existencia.
Y fue así que las hijas fueron creciendo, mientras ella maduraba peleando e insultando a los automovilistas, Directoras de Escuela, Empleados de Mesas de Entradas, Dependientes de almacén, vecinos de cuadra o cobradores de club.
Cuando Bárbara cumplió cuarenta años, su hija Sofía cumplía quince, y al ser la mayor de las nietas de Amanda, e hija de un padre cariñoso y pudiente, toda la familia se embarcó en el proyecto de su fiesta de cumpleaños, contratando fotógrafos, catering y vestidos principescos, todo lo cual invitaba a Bárbara a decir cada dos días ¡Te quedás sin fiesta, pendeja de mierda! puesto que planear la noche inolvidable significaba para ella no un acontecimiento para compartir con su hija mayor, sino algo que la sobresaltaba y le quitaba años de vida cada vez que entendía que le faltaba ya un video, ya un libro de firmas, ya una maquilladora y dos fiestas del mismo tenor para que las menores no se pusieran celosas.
Los meses que transcurrieron hasta el 18 de diciembre fueron sobresaltados, llenos de peleas titánicas, insultos y hasta un teléfono celular que no sólo golpeó a Sofía en la cabeza dejándole un chichón que impedía que se peinara, sino que además se arruinó definitivamente, obligando a Bárbara a reponerlo pagando doscientos pesos más del precio con que lo había adquirido el año anterior.
Cuando promediaba el mes de agosto, y por consejo de Constanza, que conocía hasta repetir de memoria las direcciones de los organizadores de eventos, Bárbara y su gemela acudieron a la calle Cabello en pos de Maura Bellangher, Licenciada en Relaciones Públicas que tenía un negocio de Organización de Fiestas para dirigir y orientar los pasos para que un festejo resultara sencillamente lo que era: un festejo, un momento de plenitud y agradecimiento a la vida por estar juntos, sanos y felices; y no una antesala del infierno como parecía que representaba para Bárbara Arias.
Al llegar al negocio, que contaba con una decoración minimalista de objetos bellos y completamente inútiles; marcadores de vaso con vitro fusión, cartelitos para marcar los lugares de los comensales con una diminuta vela, copas de cristal con la inicial de la quinceañera en dorado; Bárbara y Constanza fueron atendidas por una joven emprendedora, vestida con sobriedad y elegancia.
- ¿Sos Bárbara? ¿Cómo estás? Soy Maura - se presentó, haciendo alarde de una formación sólida en ceremonial.
- Qué tal – sin preguntar, Bárbara le tendió una mano firme que se chocó con los anillos de la otra con el saldo de la mano dolorida hasta las seis de la tarde – Veníamos por un presupuesto y, para conocer en qué consiste el servicio – expeditiva, sin repetir palabras ni dudar con muletillas
- Okey. El Servicio consiste en que vos no te preocupás de nada. Todo lo hacemos nosotras. Para eso estamos – contestó con una sonrisa imprecisa en los labios y buscando con los ojos la aceptación de algún gesto de Bárbara, el cual no aparecía puesto que ésta seguía esperando el detalle del servicio mirándola expectante y hasta con gesto adusto
- Bueno – contestó por fin, mirando a Constanza que daba vueltas a un elefantito en cuya trompa se ponía el nombre del niño invitado – Yo ya contraté todo, no sé….-
- No, dejame que te explique- empezó la otra de un modo suicida – El contrato de los proveedores, maquilladoras, coiffeurs, va por tu cuenta, ¿Sííí? – Afirmando inútilmente como si ella fuese estúpida o tuviese catorce años – Nosotras nos encargamos de la hoja de ruta… ¿Sí? ….
Desde chiquita contestó siempre de mal talante tanto a algún precipitado que dijera lo que a ella no le pareciera oportuno, como a todos aquellos que quisieran halagarla, acariciarla o cruzarse en su vida.
Constanza, su gemela, era su versión sonriente, y a veces bromeaban las hermanas diciendo que ambas eran una misma persona, cada cual con los defectos o virtudes por separado. Si bien acaso fuera la más entrañable, los desplantes cuyo mal carácter le originaba, forjaban que la convivencia con ella fuera francamente imposible, porque además, tenía todos los vicios colaterales de la ira: rencorosa, mal hablada, escandalosa, insolente y con la delicadeza de un perro rabioso.
De modo que lo que el tío Evaristo, esposo de Tula, alguna vez le dijera, al depositarla en el suelo después de recibir un cabezazo en el mentón que lo hiciera morderse y sangrar la lengua, Esta chica es una araña pollito, fue siempre festejado por la familia ya no sólo para describirla cuando de ella se hablaba, sino, muchas veces, para mortificarla y también para condescender frente a esa cólera como método, que mantenía hasta mientras dormía, dado que su bruxismo le había limado prácticamente la dentadura entera.
En el fondo, a las hermanas y a sus maridos, esto los divertía, y finalmente, amaban a Bárbara con sus debilidades, por más impresentable que fuera.
Verónica, que era la menor de las cuatro, hubo de soportar durante toda su infancia no solamente que se dirigiera a ella como quien tiene tratos con un ser inferior en la escala evolutiva, sino también mordiscos, pellizcones o empujones, toda vez que algo que hiciera la chiquita irritara a la hermana, por más que ese algo se tratase de tardar en atarse los cordones de las zapatillas o contestar alguna bobada.
Sus padres arribaron a los años 80 con una adolescente malhumorada, con notas constantes en su cuaderno de comunicaciones que los alertaban sobre las faltas de respeto que Bárbara infligía a sus profesores del Colegio, o conversaciones telefónicas con madres indignadas de sus compañeras quienes la acusaban de maltratar a sus hijas no sólo con palabras sino con hechos brutales. Y cuando los padres la increpaban sobre sus conductas, Bárbara cerraba la boca con tal cara de furia, que Quitito terminaba dándole un cachetazo y jurándole que no saldría en tres meses a la calle o que la metería pupila en el Convento del Buen Pastor, que para los Arias, cuyo anticlericalismo era masónico, significaba más o menos llevarla a la Cárcel de Ezeiza y dejarla en el pabellón más ignoto, sin visitas y a pan y agua.
Bárbara se casó joven y embarazada de su primera hija Sofía, con Santiago Miralles, un compañero de la facultad, un joven silencioso y sufriente que alcanzó a recibirse de veterinario, tener dos hijas más con ella y huir despavorido frente al furor que agrió mucho más el carácter de su mujer cuando ésta comprobó que era tan fértil que en dos años y medio tenía tres hijas y una carrera universitaria por terminar recién el día que las niñas ya se pudieran maquillar solas.
Él, en cambio, hizo una brillante carrera atendiendo caballos en Haras de jerarquía y consolidó su segundo matrimonio con una mujer dulce y tan suave que parecía aletear antes que caminar, por lo que Bárbara, sangrando por la herida, repetía cada vez que sus hijas hablaban de ella Y…. si es retardada…
Por lo tanto, a partir de la soledad en la que se encerró y de los conflictos que le aparecieron para terminar la carrera, trabajar y criar a sus hijas, el carácter de Bárbara se fue exacerbando en la diatriba, la réplica inmediata, el insulto procaz, y hasta contaban los Arias que en una ocasión hizo escapar corriendo a dos rateros que la atajaron en el portón del garaje de su casa puesto que casi los atropella en una maniobra suicida pero de tal eficacia que, de haber sido efectiva, hubiese sido procesada por homicidio culposo.
No obstante, Bárbara amaba a sus hijas, y si bien era tan exigente con las niñas que una de ellas se comía las uñas hasta hacerse sangrar los dedos, otra tartamudeaba ligeramente cuando estaba tensa y otra no había logrado hablar con ella tres minutos sin llorar, el amor por ellas era lo que la mantenía aferrada a la tarea de vivir, y lo que justificaba que se deslomara trabajando en su Veterinaria a veces hasta las once o doce de la noche.
Sus hijas, sus hermanas y los animales eran lo único que a Bárbara le arrancaba una sonrisa. Todo lo demás, carecía para ella del esfuerzo por recordar su existencia.
Y fue así que las hijas fueron creciendo, mientras ella maduraba peleando e insultando a los automovilistas, Directoras de Escuela, Empleados de Mesas de Entradas, Dependientes de almacén, vecinos de cuadra o cobradores de club.
Cuando Bárbara cumplió cuarenta años, su hija Sofía cumplía quince, y al ser la mayor de las nietas de Amanda, e hija de un padre cariñoso y pudiente, toda la familia se embarcó en el proyecto de su fiesta de cumpleaños, contratando fotógrafos, catering y vestidos principescos, todo lo cual invitaba a Bárbara a decir cada dos días ¡Te quedás sin fiesta, pendeja de mierda! puesto que planear la noche inolvidable significaba para ella no un acontecimiento para compartir con su hija mayor, sino algo que la sobresaltaba y le quitaba años de vida cada vez que entendía que le faltaba ya un video, ya un libro de firmas, ya una maquilladora y dos fiestas del mismo tenor para que las menores no se pusieran celosas.
Los meses que transcurrieron hasta el 18 de diciembre fueron sobresaltados, llenos de peleas titánicas, insultos y hasta un teléfono celular que no sólo golpeó a Sofía en la cabeza dejándole un chichón que impedía que se peinara, sino que además se arruinó definitivamente, obligando a Bárbara a reponerlo pagando doscientos pesos más del precio con que lo había adquirido el año anterior.
Cuando promediaba el mes de agosto, y por consejo de Constanza, que conocía hasta repetir de memoria las direcciones de los organizadores de eventos, Bárbara y su gemela acudieron a la calle Cabello en pos de Maura Bellangher, Licenciada en Relaciones Públicas que tenía un negocio de Organización de Fiestas para dirigir y orientar los pasos para que un festejo resultara sencillamente lo que era: un festejo, un momento de plenitud y agradecimiento a la vida por estar juntos, sanos y felices; y no una antesala del infierno como parecía que representaba para Bárbara Arias.
Al llegar al negocio, que contaba con una decoración minimalista de objetos bellos y completamente inútiles; marcadores de vaso con vitro fusión, cartelitos para marcar los lugares de los comensales con una diminuta vela, copas de cristal con la inicial de la quinceañera en dorado; Bárbara y Constanza fueron atendidas por una joven emprendedora, vestida con sobriedad y elegancia.
- ¿Sos Bárbara? ¿Cómo estás? Soy Maura - se presentó, haciendo alarde de una formación sólida en ceremonial.
- Qué tal – sin preguntar, Bárbara le tendió una mano firme que se chocó con los anillos de la otra con el saldo de la mano dolorida hasta las seis de la tarde – Veníamos por un presupuesto y, para conocer en qué consiste el servicio – expeditiva, sin repetir palabras ni dudar con muletillas
- Okey. El Servicio consiste en que vos no te preocupás de nada. Todo lo hacemos nosotras. Para eso estamos – contestó con una sonrisa imprecisa en los labios y buscando con los ojos la aceptación de algún gesto de Bárbara, el cual no aparecía puesto que ésta seguía esperando el detalle del servicio mirándola expectante y hasta con gesto adusto
- Bueno – contestó por fin, mirando a Constanza que daba vueltas a un elefantito en cuya trompa se ponía el nombre del niño invitado – Yo ya contraté todo, no sé….-
- No, dejame que te explique- empezó la otra de un modo suicida – El contrato de los proveedores, maquilladoras, coiffeurs, va por tu cuenta, ¿Sííí? – Afirmando inútilmente como si ella fuese estúpida o tuviese catorce años – Nosotras nos encargamos de la hoja de ruta… ¿Sí? ….
- ¿Cómo?- la interrumpió Bárbara subiendo un poquito el tono de voz - ¿Y entonces qué hacen ustedes?- Al distinguir Constanza que su hermana estaba comenzando a chocar con otra persona más en el día, además del muchacho del estacionamiento y del mozo de la confitería, (Constanza podía inclusive oler ese peligro a leguas de distancia de la presencia de Bárbara), se acercó, en principio para suavizar lo que ella estaba segura en que se transformaría cualquier discusión de su hermana. Pero además, cualquiera de las Arias sabía que se acercaban a ella en estos casos, también para ser solidarias, puesto que no toleraban ni la rojez de la cara de Bárbara, ni que la insultaran otros con adjetivos ignominiosos ¡Loca de mierda!,¡ Andá a hacerte ver!, ¡Metela en un loquero!, ni verla, a veces, llegar a las manos con hombres que medían más de 30 cm. que ella y que se tomaban tan en serio la contienda, que no respetaban la ley caballeresca de no pegarle a una mujer.
Sin embargo, Maura Bellangher era especialista en RR.PP, por lo que ni se inmutó con la respuesta insólita , y todavía, le explicó:
- Nosotras evitamos que las mamás se deban ocupar de todo a último momento.¿Sí? Tratamos de hacer que el festejo sea placentero para todos –
- Pero si no contratan. ¿A qué se dedican?- siempre con frases que pretendían tapar las palabras de los otros cuando algo le parecía que no era adecuado.
- Cuidamos que todo se cumpla a la perfección. Vamos con la hoja de ruta, llevamos a la quinceañera a la peluquería, estamos con ella cuando la maquillan, le alcanzamos un refrigerio,¿ Mh? la acompañamos cuando está por entrar, ordenamos que la música esté a tiempo….- Y antes de que terminara con el protocolo de nulidades, Constanza le preguntó, para no perder tiempo:
- ¿Y cuánto cobran de honorarios?- La cara de Maura Bellangher se iluminó, y mostrando tres hojas membretadas con exquisito gusto, presentó sus tres alternativas:
- Tenemos este presupuesto de diez mil pesos para organizar música, carnaval carioca y desayuno.¿Sí? Éste de veinte mil para organizar también la hora de la cena y las velas de la torta y éste, que es el más completo, de treinta mil,para seguir a la quinceañera desde las 8 de la mañana hasta que se acueste – Constanza miró de soslayo a Bárbara, y mientras le tiraba del bretel del corpiño para que no se metiera en problemas, ésta miró con unas ganas incontenibles de escupir a Maura Bellangher y repuso:
- ¿Pero por esas pelotudeces vas a cobrarme treinta lucas?- Como si ya hubiese firmado el contrato y estuviese por ir presa si no los pagaba.
- Bueno…- dudó Maura Bellangher – Ése es nuestro presupuesto. Nosotras garantizamos que…
- ¡USTEDES SON UNAS CHORRAS DE MIERDA! ¡ TE PENSÁS QUE VOY A PAGAR TREINTA LUCAS POR SEGUIR A MI HIJA ! ¿¡ ME VISTE LA CARA DE BOLUDA!? – aulló Bárbara su abultado arsenal a Maura, cuyas palpitaciones se hacían cada vez más intensas y sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas,decidiendo en ese preciso instante, que antes de citar a los clientes, les daría el presupuesto por teléfono.
Sin embargo, Maura Bellangher era especialista en RR.PP, por lo que ni se inmutó con la respuesta insólita , y todavía, le explicó:
- Nosotras evitamos que las mamás se deban ocupar de todo a último momento.¿Sí? Tratamos de hacer que el festejo sea placentero para todos –
- Pero si no contratan. ¿A qué se dedican?- siempre con frases que pretendían tapar las palabras de los otros cuando algo le parecía que no era adecuado.
- Cuidamos que todo se cumpla a la perfección. Vamos con la hoja de ruta, llevamos a la quinceañera a la peluquería, estamos con ella cuando la maquillan, le alcanzamos un refrigerio,¿ Mh? la acompañamos cuando está por entrar, ordenamos que la música esté a tiempo….- Y antes de que terminara con el protocolo de nulidades, Constanza le preguntó, para no perder tiempo:
- ¿Y cuánto cobran de honorarios?- La cara de Maura Bellangher se iluminó, y mostrando tres hojas membretadas con exquisito gusto, presentó sus tres alternativas:
- Tenemos este presupuesto de diez mil pesos para organizar música, carnaval carioca y desayuno.¿Sí? Éste de veinte mil para organizar también la hora de la cena y las velas de la torta y éste, que es el más completo, de treinta mil,para seguir a la quinceañera desde las 8 de la mañana hasta que se acueste – Constanza miró de soslayo a Bárbara, y mientras le tiraba del bretel del corpiño para que no se metiera en problemas, ésta miró con unas ganas incontenibles de escupir a Maura Bellangher y repuso:
- ¿Pero por esas pelotudeces vas a cobrarme treinta lucas?- Como si ya hubiese firmado el contrato y estuviese por ir presa si no los pagaba.
- Bueno…- dudó Maura Bellangher – Ése es nuestro presupuesto. Nosotras garantizamos que…
- ¡USTEDES SON UNAS CHORRAS DE MIERDA! ¡ TE PENSÁS QUE VOY A PAGAR TREINTA LUCAS POR SEGUIR A MI HIJA ! ¿¡ ME VISTE LA CARA DE BOLUDA!? – aulló Bárbara su abultado arsenal a Maura, cuyas palpitaciones se hacían cada vez más intensas y sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas,decidiendo en ese preciso instante, que antes de citar a los clientes, les daría el presupuesto por teléfono.
Me gusta Bàrbara,creo que es la hermana que màs me agrada!!
ResponderEliminarAlgo....que siga la producciòn...
como no querer a Barbara...!
ResponderEliminary me matan los nombres de los personajes....Maura Bellangher!
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