Para todos mis buenos amigos, que más de una vez fueron como la Seño Sandra...
Y especialmente para Sandra.
Indudablemente, Manuela Miralles era burra.
Así lo pensó la Seño Sandra, una vez que corrigiera por tercera vez los garabatos desordenados con los que la nena tratara de explicar que los querandíes habitaban en La Pampa, escribiendo en su lugar “La Plata”. Es recuperatorio de recuperatorio , se consoló, entendiendo que le había dado todas las posibilidades para que promocionara el área, frente al terror que le producía vislumbrar la reunión que tendría el Equipo de Orientación Escolar, la Directora y ella misma con la madre, que siempre había sido catalogada por la escuela como una loca.
Observó la letra, enorme y desprolija, la cantidad de enunciados borrados con corrector, las respuestas impropias Los indios comían guanacos, que les daban las pieles para venderlas, y la recordó sentadita en la sala de computación, con las piernas colgando de la silla, sola y resfriada, haciendo su recuperatorio número tres de la prueba de Ciencias Sociales en la que hubiera fracasado una y otra vez, acudiendo cada tanto a su goma de borrar o a su corrector gastado, guardados prolijamente en una cartuchera con dibujos de hadas.
La recordó, siempre callada, desculando operaciones matemáticas que, a la luz de lo que ella posteriormente corregía en su casa, resultaban jeroglíficos tan imposibles de descifrar como el Lineal B, o analizando oraciones sintácticamente, en las que al sujeto tácito, le incluía un nombre de persona que sacaba de su imaginación, siendo ésta una operación tan disparatada, que la Seño Sandra no podía dejar de leérsela a sus compañeras en la sala de maestros o a sus hijos, ya grandes, en casa, en tanto que todos largaban una carcajada que degeneraba en un adjetivo indulgente Pobrecitaaaaa.
La identificó en el recreo, en la fila, en el mástil, en la salida, y siempre la veía última, con el ceño fruncido, llena de útiles, llena de carpetas enormes.
Y la Seño Sandra percibió, que Manuela Miralles no era feliz, por lo que resultaba absolutamente quimérico que aprendiera, nunca jamás en su vida, nada de nada. Por lo tanto, en definitiva, los contenidos cuya adquisición parecían de vida o muerte a la hora de entrar en el mundo paradisíaco de las vacaciones, para Manuela carecían de provecho. Y, además, con firme consternación, la Seño Sandra comprendió que no solamente no le servían ni los querandíes, ni las fracciones aparentes, ni el sujeto tácito, sino que además, ella como buena docente que siempre había sido, formaba parte de un grupo de gente adulta, dedicado a la Educación, que castigaba por esto a una criaturita de nueve años, y la dejaba en la escuela hasta Navidad, momento en que todos sus compañeros estaban en el club o en las casas de los amigos, mientras Manuela Miralles, con el uniforme de escuela y el pelo atado, esperaba que le dieran una hoja con consignas para solucionar a las tres de la tarde de un día de 38 grados de calor.
Entonces, la Seño Sandra, antes de romper la hoja de carpeta en la que Manuela había escrito que los querandíes vivían en La Plata y que los guanacos les daban las pieles para venderlas, tomó la lapicera azul, buscó su nombre en la lista y escribió un siete perfecto, prolijo y gracioso cuyo impacto fue tan profundo, que le trajo a la memoria el día en que recibió su diploma de maestra.
Indudablemente, Manuela Miralles era burra.
Así lo pensó la Seño Sandra, una vez que corrigiera por tercera vez los garabatos desordenados con los que la nena tratara de explicar que los querandíes habitaban en La Pampa, escribiendo en su lugar “La Plata”. Es recuperatorio de recuperatorio , se consoló, entendiendo que le había dado todas las posibilidades para que promocionara el área, frente al terror que le producía vislumbrar la reunión que tendría el Equipo de Orientación Escolar, la Directora y ella misma con la madre, que siempre había sido catalogada por la escuela como una loca.
Observó la letra, enorme y desprolija, la cantidad de enunciados borrados con corrector, las respuestas impropias Los indios comían guanacos, que les daban las pieles para venderlas, y la recordó sentadita en la sala de computación, con las piernas colgando de la silla, sola y resfriada, haciendo su recuperatorio número tres de la prueba de Ciencias Sociales en la que hubiera fracasado una y otra vez, acudiendo cada tanto a su goma de borrar o a su corrector gastado, guardados prolijamente en una cartuchera con dibujos de hadas.
La recordó, siempre callada, desculando operaciones matemáticas que, a la luz de lo que ella posteriormente corregía en su casa, resultaban jeroglíficos tan imposibles de descifrar como el Lineal B, o analizando oraciones sintácticamente, en las que al sujeto tácito, le incluía un nombre de persona que sacaba de su imaginación, siendo ésta una operación tan disparatada, que la Seño Sandra no podía dejar de leérsela a sus compañeras en la sala de maestros o a sus hijos, ya grandes, en casa, en tanto que todos largaban una carcajada que degeneraba en un adjetivo indulgente Pobrecitaaaaa.
La identificó en el recreo, en la fila, en el mástil, en la salida, y siempre la veía última, con el ceño fruncido, llena de útiles, llena de carpetas enormes.
Y la Seño Sandra percibió, que Manuela Miralles no era feliz, por lo que resultaba absolutamente quimérico que aprendiera, nunca jamás en su vida, nada de nada. Por lo tanto, en definitiva, los contenidos cuya adquisición parecían de vida o muerte a la hora de entrar en el mundo paradisíaco de las vacaciones, para Manuela carecían de provecho. Y, además, con firme consternación, la Seño Sandra comprendió que no solamente no le servían ni los querandíes, ni las fracciones aparentes, ni el sujeto tácito, sino que además, ella como buena docente que siempre había sido, formaba parte de un grupo de gente adulta, dedicado a la Educación, que castigaba por esto a una criaturita de nueve años, y la dejaba en la escuela hasta Navidad, momento en que todos sus compañeros estaban en el club o en las casas de los amigos, mientras Manuela Miralles, con el uniforme de escuela y el pelo atado, esperaba que le dieran una hoja con consignas para solucionar a las tres de la tarde de un día de 38 grados de calor.
Entonces, la Seño Sandra, antes de romper la hoja de carpeta en la que Manuela había escrito que los querandíes vivían en La Plata y que los guanacos les daban las pieles para venderlas, tomó la lapicera azul, buscó su nombre en la lista y escribió un siete perfecto, prolijo y gracioso cuyo impacto fue tan profundo, que le trajo a la memoria el día en que recibió su diploma de maestra.
Maravilloso, Clau.
ResponderEliminarCiertamente enternecedor.
ResponderEliminarUn saludo!!
Gracias... Gracias... Ojalá las manuelas nos agradezcan
ResponderEliminarMi vida, la Manuelas somos esos desadaptados de sintaxis y gramática personal que jamás entendimos -los modos y maneras de la pobre Sandra -que muchos esfuerzos y eso... está claro en los libros de vida que hizo todo lo posible más allá de sus extremidades, etc. en fin. ya sabes. te dejo un beso que me desilantropico!!! Bye
ResponderEliminarGod!
Pobrecitaaaa!...y ahora?...quien podrà ayudarla?
ResponderEliminarQue otra cosa iba a hacer la Seño Sandra?
justamente!!! La Seño Sandra!!!!
ResponderEliminarBueno està bien, se trata de la Seño Sandra, ya entendì!!
ResponderEliminartontolota jenny: digo que podrá ayudarla la seño sandra......
ResponderEliminarAaaaah, bueno, yo entendì que su ayuda terminaba con el siete...y me da pena esa nena, no por burra...por infelìz
ResponderEliminarclaro. Bueno.... la cosa es que una maestra mire a una nena que es infeliz. Quiero decir... el hecho de que la mire, ya producirá que deje de serlo en tanto que alguien la miró.
ResponderEliminarSí... lo triste es que sea infeliz.....
No quise pelearle, Jenny, disculpe, por dios se lo pido
Me encantó, me enterneció. Yo fui Manuela muchas veces y si tuviese que ensenar me gustaría ser Sandra.
ResponderEliminarAbrazos
Gracias, extranjera...´Tengo en clase un montón de manuelas, y trato de ser Sandra toda vez que las veo....
ResponderEliminarOrtiz, se me piantó un lagrimón...
ResponderEliminarMe encantó el cuento, me encantó....
soy C.E. tambien conocido como "Killing"
Gracias, me encanta que me halaguen, me encanta, me encantaaaaaaaa
ResponderEliminarCON ESTE CUENTO GANO GANO GANO GANOOOOO
ResponderEliminarbue... llore mal... quiero a Manuela...a Sandra....a todassssssss...para hacerles una torta de chocolate
ResponderEliminarGANÓ MENCIÓN!!!!!
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